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En los primeros días de octubre se hicieron públicos los resultados del
Índice Global de Paz 2011 (IGP 2011), elaborado por el Institute for Economics
and Peace (http://bit.ly/IGP2011), radicado en Australia, en colaboración con
The Economist Intelligence Unit. Índice robusto, que analiza a 153 naciones a
partir de la información de 23 distintas variables y que ofrece una idea clara
acerca de las características que una sociedad debe reunir para ser considerada
pacífica.
Entre los hallazgos más importantes está el hecho de que nos
encontramos, a escala global, en un espacio de tres años que ha hecho del mundo
un lugar menos pacífico. Es claro que una de las razones es el activismo de
organizaciones terroristas y criminales, pero esta condición de “menos pacífico”
también está relacionada con la intensificación de los conflictos en algunas
naciones o regiones, con la creciente inestabilidad vinculada con las alzas en
los precios de las materias primas, los combustibles, los alimentos y la
desaceleración económica global.
No es posible pensar que todos los
problemas de los que da cuenta el IGP 2011 estén relacionados con realidades o
conflictos a escala global. Una de las aportaciones más útiles del índice es la
posibilidad de vincular el nivel de paz interior de cada país con indicadores
nacionales. Ya lo decía Pablo VI: el desarrollo es el nuevo nombre de la paz,
por eso, no sorprende que México sea uno de los países de América Latina peor
calificados, pues ocupamos el lugar 20 de 23 naciones de la región, y nos
encontramos por debajo de países con niveles de desarrollo muy inferiores al
nuestro, como Honduras, El Salvador o Haití. Esto hace que nos ubiquemos en el
lugar 121 de 153 naciones a escala global y nos coloca en una situación muy
difícil si consideramos que el país necesita inversiones que dependen, en buena
medida, de cómo se nos percibe en el exterior, así como de la confianza que los
inversionistas nacionales puedan tener para dejar su dinero en México, además de
simplificación administrativa y burocrática.
Más allá de que el IGP 2011
nos ofrece la posibilidad de comparar dónde estamos en relación con América
Latina y con el mundo, el índice también nos permite encontrar alguna de las
razones por las que calificamos tan mal. Y no, no es sólo el problema de la
violencia, de los decapitados, de los periodistas muertos o de los profesores
que se niegan a dar clases porque los capos del crimen organizado les exigen el
pago de cuotas de “seguridad”. Esos son los síntomas de la enfermedad y —como se
ha podido constatar— ganamos poco al atacar esos síntomas sin atacar las causas
estructurales de la violencia.
Entre esas causas, destacan las
dificultades para consolidar nuestra democracia. La semana pasada, en este mismo
espacio, hacíamos referencia a los hallazgos de los autores del Índice de
Desarrollo Democrático de América Latina (http://bit.ly/kasiddlat2011),
patrocinado por la Fundación Konrad Adenauer. Allí se evidencia que México, en
lugar de mejorar en los últimos años en ese importante indicador, ha empeorado.
Algo parecido ocurre en el IGP 2011, pues la calidad de la democracia mexicana
sigue siendo insuficiente; peor incluso que la de naciones con severos problemas
de integración política como Sudáfrica.
La correlación entre el índice y
la calidad del desempeño del gobierno no es mejor. En ese renglón, México está
en una situación más precaria que Sudáfrica que tiene un mejor desempeño de sus
instituciones de gobierno. Lo que es más grave, la percepción de corrupción en
México es igual o similar a la de países como Argelia o Guatemala y de mayor
corrupción que la que se tiene en Sudáfrica o Arabia Saudita.
Además, las
correlaciones entre el IGP 2011 y los tres indicadores que dan forma al Índice
de Desarrollo Humano, reflejan los problemas que tenemos en materia de
distribución del ingreso, de desempeño del sistema educativo y de cobertura y
atención del sistema de salud. Este como otros índices disponibles confirman la
necesidad que tenemos de mejorar nuestra vida democrática, el desempeño de los
gobiernos y atacar de frente a la corrupción, de mejorar la distribución del
ingreso y de mejorar la calidad de la educación y los servicios de salud del
país. La indiferencia y el desencanto de muchos sectores de la sociedad para
atender temas de democracia y participación ciudadana parece no tener fin, esto
nos lleva a preguntarnos, ¿hasta cuándo dejaremos la política sólo en manos de
los políticos y asumiremos nuestra responsabilidad como ciudadanos?
manuelggranados@gmail.com |
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