La Crónica de Hoy
Manuel Gómez Granados
Si algo queda claro en los pocos más de
200 años de experiencia de gobiernos democráticos en el mundo, es que la
democracia por sí misma, sus reglas y sus métodos de selección de gobernantes,
de toma de decisiones y de solución de conflictos, logran poco o nada sin
derechos humanos y sin desarrollo integral. Estos tres conceptos, democracia,
derechos humanos y desarrollo, se necesitan uno al otro, se refuerzan
mutuamente y sólo cuando logramos un equilibrio dinámico y productivo entre los
tres garantizamos la paz.
En México, el sentir de los ciudadanos,
que se refleja en distintos estudios publicados en fechas recientes, arroja
datos muy interesantes. Por una parte, tenemos la octava entrega de la Encuesta
Nacional de Valores: Lo que nos une y lo que nos divide (ENVUD), que publicó
este mes la revista Este País; por otra, tenemos la Encuesta Nacional Sobre
Discriminación 2010 (ENADIS), que difunde activamente Ricardo Bucio, presidente
del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.
En ambas encuestas, queda de manifiesto que la mayoría de la población prefiere la democracia, a pesar de sus insuficiencias en la práctica. En las cinco clases en las que ENVUD divide a los mexicanos (baja, obrera, media baja, media alta y alta), la respuesta a la pregunta “¿usted considera que la democracia es buena o mala forma de gobierno?”, es “buena” para 74% de la clase alta y para 80% de la clase obrera. Somos, además, una sociedad “más moderna de lo que generalmente se admite”, sin importar el ingreso o la educación, y somos, nos dice ENVUD, una sociedad homogénea.
En ambas encuestas, queda de manifiesto que la mayoría de la población prefiere la democracia, a pesar de sus insuficiencias en la práctica. En las cinco clases en las que ENVUD divide a los mexicanos (baja, obrera, media baja, media alta y alta), la respuesta a la pregunta “¿usted considera que la democracia es buena o mala forma de gobierno?”, es “buena” para 74% de la clase alta y para 80% de la clase obrera. Somos, además, una sociedad “más moderna de lo que generalmente se admite”, sin importar el ingreso o la educación, y somos, nos dice ENVUD, una sociedad homogénea.
Las citadas encuestas identifican
problemas en las prácticas democráticas. En un sentido, ENVUD, deja ver que no
nos sentimos representados por diputados y senadores, lo que anularía el
propósito mismo de contar con un congreso que represente al pueblo. Por otra
parte, ENADIS muestra que prevalece la discriminación a los diferentes: los
pobres, los indígenas, los negros, las mujeres y los homosexuales. Se
discrimina más en la ciudad de México que en Guadalajara, lo que cuestiona las
ideas más comunes acerca del vínculo entre religión y discriminación, y hace
pensar en el peso que tienen las diferencias de clase.
Estos estudios manifiestan que somos un
pueblo descontento, pero no somos nostálgicos del autoritarismo. Deseamos que
continúen los avances en la democracia y tenemos claro que esos cambios deben
respetar los derechos humanos, la transparencia en la gestión pública y el
Estado de derecho. ENVUD señala, por ejemplo, que existe un “gran descontento
entre la población con respecto a los gobiernos y que una parte de la sociedad
civil exige cambiar el juego político”. Ese descontento contrasta con una disposición
de ánimo que ya había dado a conocer la encuesta que la revista Nexos,
publicada en febrero de este año, y que la ENVUD confirma: los mexicanos somos
profundamente individualistas. No creemos en las ventajas que ofrece la
asociación con otros. No sólo desconfiamos de las instituciones de la política;
lo hacemos respecto de otras instituciones, y aún cuando existe un núcleo
importante de mexicanos que desean que las cosas cambien y se organizan de
distintas maneras para contribuir a la construcción de un México mejor, la
realidad es que todavía son pocos.
A la vida pública mexicana le sobra
mucha grilla, y le falta mucha política como actitud cívica, como disposición
de ánimo para colaborar, para asociarse y encontrar soluciones a los problemas
que tenemos en común. Existe un déficit para reconocer lo que le debemos al
país y lo que el país nos ha dado, somos en buena medida, ingratos, incapaces
de reconocer los bienes recibidos. ¿Qué tanto tiempo nos tomará reconocer los
límites de nuestra condición actual, de nuestro individualismo exacerbado? ¿Qué
tendrá que ocurrir para que cambiemos? Es difícil saberlo. Mientras que en
otros países, incluso en Estados Unidos, abundan hasta los movimientos de
protesta, en México nada o casi nada ocurre.
No es posible saber qué lectura darán
los partidos y sus candidatos a este reto, pero tendría que quedar claro que
estamos ya en una situación límite. Se avanza poco; se recrimina mucho, los
problemas sin solución se apilan, y la mayoría esperamos que “alguien” los resuelva.
El descontento, el enojo hacia los
políticos, la descalificación o incluso la ofensa no bastan. Se requieren
actitudes cotidianas que alienten la colaboración, la confianza y la
construcción de soluciones. Se requiere que cada uno atienda su metro cuadrado
y haga su parte. Sin este cambio, seguiremos donde estamos ahora. Mientras esta
historia de luces y sombras transcurre, pidamos por el eterno descanso de
tantos muertos en nuestro país.
manuelggranados@gmail.com
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