Mañana lunes, como
hace casi 500 años, la tradición que sustenta buena parte de la identidad
nacional mexicana se renovará, como ocurre desde que la Virgen María se
apareció a Juan Diego que, luego de consolarlo, le expresó esas palabras que
recoge el Nican Mopohua: “¿No estoy aquí que soy tu madre?” Si la Virgen María
se nos apareciera hoy, si nos hablara, seguramente nos diría —como dijo a Juan
Diego— “no se turbe tu corazón; ¿no estoy aquí que soy tu madre?” Como ocurrió
con el encuentro con Juan Diego, y los millones de encuentros que otros muchos
mexicanos hemos tenido con ella en los últimos cinco siglos, la Virgen de
Guadalupe ayudará a quienes le presentan problemas de salud, enfermedades
incurables, eventos catastróficos.
Los ex-votos, esa
mexicana tradición de dar las gracias con un pequeño dibujo, dan cuenta de la
infinidad de ocasiones en que la Virgen ha intercedido por la mamá que está muy
grave, por el hijo que se cayó de una azotea o por el padre de familia que fue
atropellado, etc. Esos problemas no se pueden planear, toman por sorpresa a las
personas y, quizás por ello, la Virgen, amorosa, maternal, acoge esas oraciones
y las presenta a su hijo Jesucristo.
Sin embargo sería
absurdo suponer que la Virgen vendrá a resolver problemas que nos competen a
nosotros, como es la falta de conciencia social solidaria, la violencia, la
calumnia, la envidia, la injusticia, la pobreza, la desigualdad y la insensibilidad
ante los que sufren. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos señala que muchos son los países afectados por la pobreza y la
desigualdad, pero en México eso es más grave, pues los diez años de gobiernos
democráticos no han logrado disminuir la desigualdad. Al contrario. Según la
información que la OCDE subió a su sitio web, que se encuentra en
http://www.oecd.org/els/social/inequality, la desigualdad en México creció, y
lo que es peor, México es el país de la OCDE más desigual.
La desigualdad,
medida con el índice Gini, en el que 0 es la igualdad absoluta y 1 es la
desigualdad absoluta, pasó de .45 en 1985, a .48 en 2008. Se redujo el
porcentaje de pobres extremos, quienes sobreviven con menos de un dólar al día,
pero aumentó el número de pobres, pues es más difícil pasar de la condición de
pobre a la clase media, y tenemos graves carencias en materia de educación y
oportunidades de empleo para jóvenes que, según cifras oficiales, involucra a
cerca de un millón de chicos; pero otros análisis, también profesionales,
abarcan a más de siete millones de muchachos.
La Virgen de
Guadalupe, madre de todos, refugio y esperanza en tiempos difíciles, ayuda como
una madre que vela por sus hijos. Millones de plegarias se pronuncian a la Virgen
o a San Judas Tadeo para encontrar empleo, resolver problemas de salud,
encontrar al familiar perdido y para otros muchos problemas. La creciente
desigualdad, que —como la propia OCDE advierte— es caldo de cultivo para el
descontento, no podrá ser resuelta ni por San Judas Tadeo, ni por la Virgen de
Guadalupe, ni por otras devociones del catolicismo mexicano. Ni siquiera podrá
ser resuelta por Dios mismo. La economía es un ámbito que compete a las
decisiones que tomamos libremente los seres humanos. Forma parte del libre
albedrío y Dios respeta nuestra libertad, incluso para quien decide cometer
errores tan graves como permitir que la desigualdad crezca y correr los riesgos
que trae consigo. Somos un país de mayoría católica y, a la vez, con una grave injusticia
social. Esta problemática tampoco la puede resolver solo el gobierno federal.
Se necesita del esfuerzo de los 32 gobiernos locales, de los miles de
ayuntamientos, de empresarios, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil
y de cada uno de nosotros. Sin embargo, es claro que el gobierno federal
desempeña un papel clave para que los problemas de desigualdad y pobreza se
agraven o se resuelvan.
Si la Virgen de
Guadalupe se nos apareciera hoy y tuviéramos la oportunidad de reescribir el
Nican Mopohua, seguramente nos diría de nuevo, como hace 480 años, “¿No estoy
aquí, que soy tu madre?”, pero también —con toda probabilidad— nos haría ver
que hay formas de sufrimiento humano, problemas y dificultades, que debemos
resolver nosotros mismos. No podemos esperar que la intervención divina nos
ahorre el esfuerzo de ser solidarios, de ser democráticos y de construir una
sociedad más fraterna. Dios es la fuerza de nuestra fuerza, pero no hace lo que
a cada uno le toca.
manuelggranados@gmail.com
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=621601
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