Manuel Gómez Granados.
La Crónica de Hoy.
Domingo 17 de junio de 2012.
La idea de que las grandes transformaciones ocurren como si fueran olas o,
quizás de manera más precisa, como mareas, no es nueva. Esa ha sido la metáfora
favorita para hablar de los procesos de democratización que ocurrieron, primero
en Europa del sur (España, Portugal y Grecia) en 1970, luego en Europa del este
y América Latina y, más recientemente, en el mundo árabe.
No todo lo que
ocurre en olas es bueno. Ahí está la ola de los gobiernos fascistas y comunistas
que barrió Europa entre 1914 y hasta 1950. Y no siempre las olas nos llegan de
fuera a los países de América Latina, algunas las hemos fabricado y exportado
desde aquí. Es el caso de la más reciente ola de políticas proteccionistas y
populistas que recorre, desde Buenos Aires y Caracas, a toda América del sur con
la relativa excepción de Chile y Colombia.
A diferencia de lo que ocurrió
con la primera ola, que fue una respuesta a las penurias que trajo a América
Latina la Gran Depresión de 1929, la actual ola de políticas proteccionistas y
populistas es resultado de la relativa prosperidad que vive América del Sur. Esa
prosperidad es resultado del aumento de la demanda de algunas de sus
exportaciones, como la carne, la soya o algunos minerales y otras materias
primas como el petróleo. Es lo que explica, por ejemplo, la decisión de
Argentina de renacionalizar Yacimientos Petrolíferos Fiscales, o la decisión de
Bolivia de nacionalizar parte de su industria eléctrica, y de las trabas que
Brasil y Argentina pusieron a la importación de autopartes hechas en
México.
La jauja sudamericana no está exenta de riesgos. Argentina ha
limitado la compra de tierras por extranjeros, para evitar que la soya,
destinada a alimentar a China, se convierta en el nuevo monocultivo de la
región. Pero la tendencia a cultivar sólo soya para los mercados chinos es un
grave peligro en el sur de Bolivia y en todo Paraguay.
Lo más grave de la
nueva prosperidad sudamericana, es que ha ocurrido con políticas poco claras
para el desarrollo sustentable del campo y las ciudades. El mejor ejemplo de
ello es Venezuela, la nación pionera de esta ola proteccionista, nacionalista y
populista. Pero, ¿qué es lo que han logrado poco más de 10 años de este tipo de
políticas en Venezuela?
La realidad es que poco o muy poco. Si uno
compara los valores del Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (http://hdr.undp.org/es/estadisticas/) de
México y Venezuela en los últimos doce años, encontrará que en realidad las
políticas populistas no garantizan cosa alguna. En 2000, México reportaba un IDH
de .718. Para 2005, el IDH de México había llegado a un .741. En 2008 ya era de
.761 y para 2010 alcanzó .767. En 2011, el valor del IDH fue de .770.
En
el caso de Venezuela, la progresión del IDH fue más lenta. Inició en 2000 con
.656. Para 2005 fue .692; para 2008 era de .730; en 2010 fue .734 y en 2011 fue
de .735.
México y Venezuela son naciones con cerca de 63 mil millones de
dólares anuales por ingresos petroleros, pero mientras México tiene casi 115
millones de habitantes, Venezuela tiene poco menos de 29 millones y medio de
almas. Dada esa diferencia, uno podría asumir que el combate a la pobreza sería
mucho más sencillo en Venezuela.
Si la riqueza petrolera venezolana
estuviera bien administrada en el contexto de una economía con fuertes controles
por parte del Estado, cualquiera podría asumir que el desempeño del IDH en
Venezuela sería mejor que el de México. La realidad es que no es así. En once
años, el IDH de México creció en .052 puntos del IDH. En el mismo periodo, con
el mismo ingreso petrolero y con casi una cuarta parte de la población de
México, Venezuela sólo ha logrado .079 puntos del IDH. Si uno considera el costo
que Venezuela ha pagado, en términos de gobernabilidad democrática, libertades
civiles y respeto a los derechos de propiedad, entre otros factores, la realidad
es que ha logrado muy poco.
Ahora que estamos a menos de dos semanas de
concurrir a las urnas, los mexicanos tenemos la obligación de informarnos bien
para tomar una decisión sensata, que nos ayude a superar nuestros problemas y no
que nos hunda en un pozo de confrontación similar al que ha vivido Venezuela en
los últimos doce años. Como decía Chesterton: A cada época la salva un pequeño
puñado de hombres, que tienen el coraje de ser inactuales y oponerse a los
gustos de la mayoría.
manuelggranados@gmail.com
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=669388
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