La Crónica de Hoy.
Domingo 26 de agosto de 2012.
Entre el 15 y el 18 de este mes, en Toronto, Canadá, se celebró la Cumbre Mundial de Agricultura Urbana (http://urbanagsummit.org/). Fue uno de esos muchos acontecimientos que la sobrepolitización del debate público en México nos impide ver. No fue un encuentro de soñadores o de utópicos.
Fue
un encuentro de personas comprometidas con la solución de problemas prácticos.
Creen que los espacios abiertos, como azoteas, jardines y camellones de las
ciudades, pueden servir para crear prácticas en donde las personas puedan, en
pie de igualdad, cooperar y colaborar entre sí. Creen que la agricultura urbana
permite crear condiciones para resolver, aunque sea parcialmente, problemas de
violencia, desempleo, hambre, confianza o la ausencia de vínculos comunitarios,
sin sangrar al Estado, ni depender de las veleidades de los poderosos.
Y
no lo creen porque sí. Desde hace cerca de veinte años vienen acumulando
experiencias exitosas de prácticas de agricultura urbana en algunos de los
contextos más difíciles. Uno de los ejemplos más interesantes es el Georgia
Street Community Garden (http://georgiastreetgarden.blogspot.com/), o Jardín
Comunitario de la Calle Georgia, de Detroit, Michigan. Detroit fue durante
muchos años la capital mundial de la producción automotriz. General Motors,
Ford y Chrysler operaron desde ahí sus más importantes plantas de producción y armado.
Todavía
a mediados de los años 70, Detroit era hogar de poco más de dos millones de
almas que, de una u otra manera, dependían de la industria automotriz. Sin
embargo, durante los 80, la antigua capital del automóvil ingresó en un brutal
ciclo de decadencia que la llevó a perder a más de la mitad de sus habitantes,
hasta quedar reducida a 700 mil personas.
Y
lo de menos es que sólo se hubieran ido. El problema es que, al irse, cientos
de miles de personas dejaron atrás sus hogares, incapaces de venderlos ni siquiera
a precio de remate, pues —al perder los empleos industriales— se perdió
cualquier interés en vivir ahí y se disparó el consumo de drogas y la
criminalidad. Para conocer los efectos de la desindustrialización de Detroit y
la manera en que la ciudad se llenó de casas y terrenos baldíos, puede ver el
documental Roger y Yo del cineasta Michael Moore.
La
situación que Moore describe en Roger y Yo se mantuvo casi sin cambios, hasta
que personas como Mark Covington decidieron, sin el apoyo de ninguna institución
pública o privada, empezar a limpiar los terrenos que sus vecinos habían
abandonado. Luego de la limpieza de los terrenos, él y algunos de sus amigos de
infancia en la calle Georgia, empezaron a sembrar flores y alimentos en los
terrenos abandonados.
Literalmente,
la experiencia de Mark Convington rindió frutos. Uno de los más importantes es
que otros vecinos se dieron cuenta de las ventajas de participar. No sólo por
los alimentos que se producían a pesar del clima. También porque los jóvenes
deseaban aprender a cultivar y cosechar. Así, han surgido iniciativas que
reducen la criminalidad, renuevan los vínculos de convivencia y mejoran la
calidad de vida de los vecinos.
Un
poco más al norte, en Montreal, Canadá, para que nunca ocurra lo que padeció
Detroit, grupos de vecinos le dieron vida a un ambicioso proyecto: Desjardins
Chez ToiT (http://bit.ly/DesjardinsChezToiT), que puede traducirse como “El
jardín en tu casa”. Esta iniciativa es más ambiciosa porque implica convencer a
los propietarios de grandes edificios en Montreal de las ventajas de ofrecer
sus azoteas para que ahí se construyan jardineras en las que los montrealenses
cultivan desde calabazas hasta lechugas.
Los
efectos son muy parecidos a los que se observan en Detroit: los vecinos se
reúnen y sostienen, a pesar del difícil clima de Quebec, una producción
agrícola para alimentar a ancianos y personas con discapacidad.
Y
no es sólo Montreal. También en Toronto se impulsan, con la ayuda de las
escuelas secundarias, proyectos de jardines y granjas comunitarias
(http://bit.ly/TorontoUrbanFarm) que compaginan la producción de alimentos con
la (re)construcción de vínculos comunitarios.
En
México ya hay algunas iniciativas similares que ayudan a producir hortalizas y
hongos, sin embargo, es necesario que más gobiernos locales, iglesias y grupos
de la sociedad civil reconozcan el valor de este tipo de iniciativas, las
apoyen y difundan ante el desempleo, hambre y pérdida de confianza.
En
1973 Schumacher escribió: “lo pequeño es hermoso”, donde hacía ver la necesidad
de que la economía, la técnica y los proyectos estuvieran a la escala del
hombre, frente a una dinámica que privilegia el crecimiento económico y los
resultados faraónicos. Parece utopía, pero hoy es necesario. Recordémoslo: la agricultura
está en el cimiento de cualquier forma de cultura.
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=685942
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