Fernando López Anaya.
En la producción editorial es
frecuente que nos encontremos todo tipo de manuales, para elaborar ropa,
muebles, alimentos; incluso, en el ámbito personal y afectivo, también tienen
demanda títulos que dan recetas, como por ejemplo, 5 pasos para ser feliz, Cómo conseguir novio en 3 pasos. Parece que el modelo de administración del
conocimiento que autoriza y descalifica discursos nos acostumbró a consumir una
visión digerida del mundo, pensada, interpretada.
Tenemos ahorrada la tarea de
pensar, porque existen recetarios para todo, y lo mismo nos puede parecer el
trabajo de una organización de la sociedad civil que el de una empresa, pues para
muchos, la única diferencia puede ser el cambio de lectura de un manual a otro.
Tenemos manuales para la gestión de organizaciones de la sociedad civil, para campañas de recaudación de
fondos, para elaboración de proyectos…
Entonces, tenemos comedores de
manuales que hacen y siguen al pie de la letra lo que un manual les dicta. Es
por ello que tenemos organizaciones que hacen lo mismo, que se pelean por hacer
lo mismo, y no se diferencian unas de otras; incluso, quieren gestionar y
operar como si fueran programas sociales del gobierno. Lo peor viene cuando confunden
el manual de gestión de osc por el de empresa, es entonces cuando la
organización quiere tener parámetros de productividad a gran escala como una
empresa, y llega al extremo de buscar mayores rendimientos sin importarle los
medios y los costos.
Es por ello que las
organizaciones de la sociedad civil pierden de vista las oportunidades que
existen cuando se trabaja desde la persona, desde una comunidad específica, pierden
el valor de la producción a pequeña escala pero que soluciona grandes problemas
para los que no entran en los sistemas de producción masiva; se pierden de
vista las inquietudes culturales y creativas de los pueblos porque demandan
recursos y ofrecen bienes que no pueden acomodarse a los estándares de calidad
de las grandes industrias.
Si una organización comienza a
trabajar desde las soluciones sencillas, desde las comunidades más lejanas,
pequeñas y olvidadas, desde las manifestaciones culturales y creativas más
caprichosas, desde la escases y la precariedad, pero también desde la libertad
que le hace estar ligera de equipaje, se comienza a diferenciar de una empresa, del gobierno, de otras organizaciones, cobra identidad y se convierte en un referente
obligado.
Es entonces cuando la
organización tiene un camino que recorrer, cobra luz
propia. Comienza a tener seguidores que investigan lo que hace, leen lo que
escribe… Aquí es cuando la organización crece, se expande, existe la necesidad
de sistematizar, hasta el punto de crear manuales de operación. Pero existe el
riesgo de emborracharse en la sobre estructuración y matar la creatividad que impulsa para ser grande.
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