La Crónica de Hoy.
Domingo 02 de diciembre de 2012.
Manuel Gómez Granados.
Las páginas electrónicas y de papel de
diarios y revistas de México, Estados Unidos y algunos otros países se han
llenado con noticias y detalles de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto.
Algunos, incluso, han adelantado análisis acerca de los retos que enfrenta el
presidente desde las primeras horas de ayer. Todos esos estudios y opiniones
son valiosos. No cabe duda de que la violencia, la inseguridad, la violación de
los derechos humanos, el desempleo y subempleo, la migración forzada, la
devastación del medio y —sobre todo— la pobreza que afecta a la mitad de la
población nos hacen mucho daño.
Empero, las respuestas a nuestros problemas
ya han dejado de ser novedosas. Cualquier estudiante de licenciatura conoce esas
respuestas y, tristemente, sabe que si no se aplican es porque no ha existido
en México la voluntad política, los acuerdos, para hacerlo, para poner remedio
a tantos males. Nos enfrascamos en cuestiones periféricas, de coyuntura, y no
atendemos lo sustantivo.
Muchos acuerdos, pactados en los últimos años
por los partidos políticos, han estado orientados de manera pragmática a
satisfacer necesidades particulares o la sobrevivencia de camarillas en lugar
de orientarse a resolver los problemas del país, y lo que esos grupos han hecho
es alentar la esperanza —más bien vana— de que cuando ellos gobiernen los
problemas se resolverán de tajo.
Que los acuerdos hayan servido para eso y no
para resolver los problemas ha terminado por hacer que veamos a los políticos
como actores egoístas, insensibles, lejanos, que buscan satisfacer sólo sus ambiciones,
pero que no reparan en el dolor de millones.
Si Peña Nieto en verdad quiere cumplir con
los compromisos que adquirió durante su campaña, y que ratificó apenas ayer
durante su toma de posesión, habida cuenta que no tiene mayoría suficiente en
ambas cámaras del Congreso, tendrá que construir acuerdos; acuerdos que
atiendan a las necesidades de la mayoría de los mexicanos, y tendrá que hacerlo
rápido y bien.
Peña Nieto parece estar rodeado de personas
capaces, algunos de ellos incluso con mucha experiencia política y profesional
en las funciones que se les han encomendado. De ahí la urgencia de que, más
allá de cumplir con los requisitos técnicos del Plan Nacional de Desarrollo y
todos los otros instrumentos de planeación, el nuevo gobierno reconozca la
importancia de enfrentar el problema de desconfianza que tenemos. Y no es sólo
la desconfianza de quien no votó por él. Es una desconfianza más profunda, más
difícil de superar, es la desconfianza en las instituciones que es muy alta en
México.
Parece que en las últimas tres décadas poco
avanzamos en la construcción de la confianza: cambiaron los partidos en el
gobierno, en materia electoral han habido cambios útiles que, a pesar de sus
méritos, no han logrado resolver los problemas de credibilidad y confianza que
arrastramos desde siempre, y hubo reformas en muchas leyes, pero la
desconfianza permanece.
Dicha desconfianza ha sido la piedra con la
que tropezamos una y otra vez. Basta ver a las instituciones electorales que —a
pesar de lo mucho que gastamos en ellas— las complica. Y no importa qué tanto
gastamos en notarios, auditorías, contadores, consejeros y tribunales pues, de
todos modos, vivimos un déficit profundo de confianza.
No es posible ir aquí al fondo de las razones
que explican esos niveles de desconfianza. Lo que es claro es que la falta de acuerdos
en cosas importantes, el protagonismo, la corrupción, la soberbia de quienes
creen que son dueños de la verdad, y el nepotismo, han terminado por hacer de
México un océano de desconfianza.
Urge que en el ejercicio del poder, el nuevo gobierno
favorezca la construcción de la confianza, que no se puede crear por decreto, y
tampoco ayuda a construirla las campañas machaconas de radio y televisión que
nos repiten los muchos méritos de gobiernos en los que, de todos modos, muchos no
creen. Sólo la humildad, el diálogo, la sensatez y la responsabilidad con la
que se conduzcan los funcionarios del gobierno permitirán que se reconstruya la
confianza en el gobierno y en las instituciones. Se trata de recuperar
actitudes republicanas básicas.
Peña Nieto es ahora el responsable de conducir
los destinos del país, y al país le urge una tregua en los excesos verbales y
la violencia, restaurar mínimos de confianza que nos permitan avanzar en la
solución de nuestros problemas, recuperar la paz, dialogar, construir, crecer.
En este momento, él es quien tiene la palabra. Ojalá diga y haga lo que
esperamos, lo que necesitamos para salir ya de este océano de desconfianza.
manuelggranados@gmail.com
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=712036
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