Excelsior.
Sábado 08 de diciembre de 2012.
Manuel
Gómez Granados.
Esta
primera semana del nuevo gobierno ha estado dominada por la discusión de los
beneficios que muchos esperan que generen los acuerdos contenidos en el llamado
Pacto por México. El Pacto contiene buenas propuestas y la política misma es
una constante creación de pactos, desde los elementales, para resolver pequeños
problemas, hasta la Constitución que refleja la voluntad para pactar principios
de organización política.
La
lógica del pacto está presente también en la integración del gabinete; se ha
seguido la vieja lógica de los gobiernos del PRI con una diferencia: ya no son
sólo las corrientes del priísmo las que encuentran acomodo en el gobierno. Son
también disidencias de los principales partidos de oposición al PRI las que están
ahí. No es claro qué tan conveniente resulte, habida cuenta que al reconocer algunas
disidencias de los partidos de oposición se puede alentar el conflicto interno
en dichos partidos, como lo demuestra la irritación que provoca en algunos personajes
de la izquierda la presencia de Rosario Robles en la SEDESOL. Quizás hubiera sido
preferible buscar acuerdos formales de otro tipo con las dirigencias formales
de los partidos y evitar que —por ejemplo— la política de desarrollo social pudiera
ser vista como el espacio en el que se librarán las batallas de la izquierda
que quedaron pendientes la década pasada.
Lo
que es un hecho es que parece existir voluntad de diálogo, reconciliación y
acuerdos, que los mexicanos haríamos bien en reconocer, apreciar y alentar hasta donde sea posible.
El
problema es que tarde o temprano tendremos que hablar de problemas más
complejos, como los presupuestos federales, la reforma fiscal o la situación de
los gobiernos estatales y municipales que perderán la capacidad para endeudarse
de manera discrecional y los bancos serán acotados.
Esas
discusiones no involucran sólo a los partidos, cuya capacidad de representación
efectiva siempre se topa con las altas tasas de abstención, y los bajos índices
de confianza en partidos, legisladores y
funcionarios públicos que reportan casi todas las encuestas.
Los
pactos de los 1980 y 1990 conjuraron el peligro de que México cayera en el pozo
sin fondo de la hiperinflación al estilo de Brasil o Argentina, pero
coincidieron con la profundización de la desigualdad en México. Los pactos de Estabilidad
y Crecimiento Económico y el de Solidaridad Económica pasaron de largo a la
mayoría, e incluso se cobraron con creces —con el error de diciembre— los beneficios
que hubiera reportado atajar la inflación. No en balde, los noventa fueron la
década perdida, que dejó a la mitad de la población en situación de pobreza. De
hecho, al voltear la vista atrás y considerar otros factores uno tendría que
preguntarse si librarnos de la hiperinflación valió el haber profundizado la
desigualdad.
El
Pacto es muy bueno y ojalá se consolide, pero es más importante que el nuevo
gobierno se gane la confianza de la sociedad. Ojalá que, más allá del confeti
que se tira por la firma del pacto, el Presidente y las personas experimentadas
que lo acompañan comprendan que la paciencia de la sociedad será poca: más de
la mitad de los electores no votaron por Peña Nieto como presidente y habrá que
ganarse su confianza, que no se conseguirá con acciones espectaculares, sino
con sensatez, cordura, actitudes republicanas, dialogo, evitando prepotencia y abusos,
por ejemplo, en el pago de salarios a altos funcionarios o el amiguismo en la
asignación de contratos de obra pública.
Enlace: http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=873812
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