Excelsior.
Más allá del estupor que provocó la
renuncia de Benedicto XVI, constatamos que se trata de un acto de humildad,
inteligencia y profunda congruencia de un hombre que, como pocos, sufrió en su
niñez y primera juventud los excesos del nacionalsocialismo alemán.
El Papa no padeció, como
Maximiliano Kolbe o Juan Pablo II, la persecución del régimen. La experiencia
de los jóvenes Josef y GeorgRatzinger en la Alemania nazi fue
más compleja, más perversa: formar parte de ese pueblo —supuestamente superior—
pero rechazar el papel que su gobierno le quiso asignar en las postrimerías de
la II Guerra Mundial. Sin importar la manera en que el régimen nazi insertaba
ideas de odio y superioridad raciales, los jóvenes Ratzinger mantuvieron un
ámbito de libertad personal que los llevó a ingresar al seminario y que,
incluso, a pesar de la conscripción forzada que sufrieron, nunca se tradujo en
actos de odio.
En la lógica de Benedicto XVI, el
amor sólo puede ser en tanto sea expresión de la libertad. Un amor que no sea
libre, no es amor. Y su magisterio, tanto como pontífice como teólogo, ofrece
pruebas abundantes de ello. Los casos más notables son las encíclicas Spe Salvi
y Caritas in Veritate.
En Spe Salvi, dedicada a la esperanza
que alienta a los cristianos, habla de la libertad en 35 ocasiones. Vincula los
actos de libertad con la capacidad de renunciar a algo por un bien mayor: “Esta
nueva libertad... también se ha manifestado en las grandes renuncias, desde los
monjes de la antigüedad, hasta Francisco de Asís, y a las personas de nuestro
tiempo que, en los institutos y movimientos religiosos modernos, han dejado
todo por amor a Cristo para llevar a los hombres la fe y el amor de Cristo,
para ayudar a las personas en el cuerpo y en el alma” (No. 8).
En Caritas in Veritate se refiere
al concepto de libertad en 38 ocasiones, y la vincula directamente con un
problema central de nuestros tiempos: el desarrollo: “la humildad de quien
acoge una vocación se transforma en verdadera autonomía, porque hace libre a la
persona… Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano. Sólo
en un régimen de libertad responsable, (la persona) puede crecer de manera
adecuada” (No. 17).
La renuncia es la conclusión lógica
de un hombre que se sabe agotado, limitado para servir al Evangelio y enfrentar
los enormes retos de división, increencia y perplejidad, donde “la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.Profunda humildad y libertad de quien dice: “no
puedo”; además, evita a la iglesia un interregno que facilite excesos o
ambigüedades, pero no es un acto aislado: aceptó los errores que cometió la
Iglesia; no los ocultó ni los maquilló. Fue su actitud como cardenal, como Papa
y siempre que se reunió con víctimas de abusos, pero también promovió que las
diócesis actuaran para castigar y evitar que se repitieran situaciones así.
La libertad es para el Santo Padre
condición fundamental de la dignidad humana y del cristiano. Ser libre, es ser
capaz de decidir, elegir, renunciar, romper paradigmas, hacer lo que no se ha
hecho, estar dispuesto a enfrentar la soledad, el anonimato y la crítica. El
miércoles de ceniza pasado dijo: “¿qué cosa cuenta realmente en mi vida?”… “en
nuestros días muchos están dispuestos a rasgarse las vestiduras ante escándalos
e injusticias, naturalmente, las cometidas por otros, pero pocos parecen
dispuestos a actuar sobre su propia conciencia e intenciones, dejando que el
Señor transforme, renueve y convierta”.
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