Manuel Gómez
Granados.
Domingo 03 de marzo de 2013.
La Crónica de Hoy.
Domingo 03 de marzo de 2013.
La Crónica de Hoy.
El país ha
sufrido una serie de acomodos cuyas consecuencias todavía no son palpables para
todos. El más obvio de ellos es, ni duda cabe, el arresto de Elba Esther
Gordillo, símbolo de otra época y —tristemente— de los errores que se
cometieron al tratar de darle cauce a la transición democrática del año 2000.
La señora Gordillo fue una de las ganadoras de la llamada transición y ello,
lejos de ser motivo de esperanza, es lo que hace que para muchos jóvenes de
México sea algo parecido a un mito o a complicidad.
Otro acomodo,
menos evidente, pero muy importante también, es el debate que —a propósito de
los desaparecidos en el sexenio anterior— ocurre entre expanistas vinculados al
gobierno de Enrique Peña Nieto y panistas que se desempeñaron como funcionarios
públicos en el gobierno de Calderón. No queda claro qué resultará de ese
enfrentamiento, pero ha servido para ventilar un asunto que el gobierno
anterior soslayó: la guerra contra el narcotráfico tuvo como uno de sus saldos
inesperados, la muerte y la desaparición de personas inocentes y, más allá de
si se cree o no que Calderón debió actuar como lo hizo, lo que es un hecho es
que tenemos la obligación de responder a los familiares de los desaparecidos y
a los organismos de defensa de los derechos humanos, nacionales y extranjeros,
que han hecho suya esta causa.
Sin embargo,
el acomodo más peligroso por los riesgos que plantea para el futuro del país es
el de los grupos u organizaciones de auto-defensa. Es cierto, la auto-defensa
no es un fenómeno novedoso. Ha existido en México y América Latina desde el
siglo XIX. Primero, se constituyeron como grupos que ciertamente defendían a
sus comunidades, pero también atacaban a quienes veían como ajenos o extraños.
En el
origen, muchas organizaciones guerrilleras de América Latina fueron grupos de
autodefensa movidos por la incapacidad de los gobiernos para defender a los más
vulnerables. Por ello, no sorprende que el estado más afectado por este
fenómeno sea Guerrero, marcado por la violencia y la desigualdad.
Pero inspirados
en “el ejemplo” de Guerrero, hay ya grupos de auto-defensa en al menos diez
entidades. Uno de los casos más graves es el de Tabasco, donde vecinos de
comunidades rurales de ese estado, de por sí plagado por las inundaciones y los
excesos de sus exgobernadores, ya se organizaron y —movidos por el enojo que
causan las acciones del crimen organizado que operan allí— lanzan amenazas en
mantas.
Michoacán,
que ha sufrido demasiado por la violencia, ya también cuenta con grupos de
autodefensa que quieren hacer lo que ni las autoridades federales ni las
estatales han logrado en los últimos años. Incluso, en el Estado de México han
surgido ya seis organizaciones de este tipo. Los grupos de autodefensa ya motivaron
enfrentamientos entre dos de los principales partidos políticos, lo que
presagia que se bloquearán las vías del diálogo y el problema crecerá.
Algo que
conviene recordar es que las peores expresiones de La Violencia, el periodo en
la historia de Colombia que costó la vida a más de 250 mil personas, las
protagonizaron grupos de autodefensa que, al paso de tiempo, dieron forma a
muchos de los grupos guerrilleros y contra-insurgentes de ese país.
Pensar que
las fuerzas armadas y las policías pueden coexistir con grupos de autodefensa
es algo que otros países de América Latina ya intentaron y fracasaron. Sería
bueno que dejáramos de creer que somos una excepción histórica que admite ese
tipo de contradicciones y que, en lugar de reformar a modo la más reciente
reforma que dio vida al mando único de las policías en los estados, aceptáramos
que es mejor atacar las causas estructurales de la violencia, la desigualdad y
la pobreza en Guerrero, donde el fenómeno es antiguo, o en Tabasco, donde es
relativamente novedoso.
La Cruzada
Nacional contra el Hambre ofrece un marco ideal para resolver el problema
estructural de la violencia en México. Pero resolver el hambre implica que
garanticemos la producción de la mayor parte de nuestros alimentos; hay la
tecnología necesaria para hacerlo. No se necesitan inversiones faraónicas ni
propiciar conflictos por la construcción de presas. Basta con invertir eficaz e
inteligentemente para capacitar a las personas, y garantizar la viabilidad de
huertos, microinvernaderos o granjas de traspatio que devuelvan a los
habitantes de zonas rurales del país la esperanza de un futuro digno en sus
lugares de origen.
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