Mons. Abelardo Alvarado Alcántara.
A partir del anuncio que el 11 de febrero hiciera
Benedicto VI de su renuncia, noticia que impactó al mundo por sorpresiva
y extraña, puesto que en 600 años no se había dado la renuncia de un Papa, el
Vaticano y la Iglesia Católica se volvieron el centro de atención no sólo del
mundo católico, sino podemos decir del mundo
entero, teniendo en
cuenta que los medios de comunicación –prensa, televisión y radio, internet y
redes sociales- son a nivel global y llegan a todo el mundo. A querer o no se
multiplicó la información sobre la renuncia de Benedicto, la elección
del nuevo Papa y los retos
y desafíos de la Iglesia en el momento actual.
El 28 de febrero, cuando Benedicto abandonó el Palacio Pontificio
en el Vaticano para dirigirse a Castel Gandolfo, residencia
de verano de los Papas, -a 20 klms. de Roma junto
al lago Albano-, se
acrecentó el interés y las expectativas sobre quien resultaría electo nuevo
Pontífice de la Iglesia. Abundaron los comentarios y opiniones de los
periodistas, especialmente de los analistas
que se dedican a cubrir la fuente religiosa y las noticias sobre el Vaticano.
Apareció la lista de los Cardenales que se consideraron “papables”. Hasta las
casas de apuestas publicaron sus momios. Se expresaron diversas preferencias
sobre los Cardenales que más se mencionaron como candidatos al Papado, alegando
la edad más conveniente y la probada capacidad de gobierno y liderazgo de los
diferentes Cardenales mencionados.
El martes 4 de marzo comenzaron las
reuniones previas de los Cardenales que se
encontraban en Roma –llamadas
Congregaciones Generales- para reflexionar
sobre los problemas y necesidades actuales de la Iglesia, prioridades sobre la
misión de la Iglesia en el presente, intercambiar experiencias y ahondar en el
conocimiento mutuo. Para estas fechas se encontraban ya en Roma unos 6000
periodistas dedicados a cubrir todos los detalles de la elección.
Iniciado el Conclave el 12 de
marzo –reunión de
los Cardenales en completo encierro y
desconexión del exterior, para la
elección del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Supremo pastor de la Iglesia
fundada por Cristo-, creció la expectativa especialmente en la enorme multitud
de peregrinos y turistas que se encontraron en Roma y que acudían con gran
algarabía a la Plaza de San Pedro para presenciar el anuncio de la elección de
un nuevo Papa, a pesar de la inclemencia de la lluvia y del frío de esos
días y ver salir el humo por la chimenea de la Capilla Sixtina que anunciaría
el resultado de las votaciones.
Fue un Cónclave corto y al segundo día por la tarde,
concluida la quinta votación, segunda de la tarde
del miércoles 13, los 114 Cardenales
habían llegado al suficiente consenso y del humo
de la chimenea salió blanco. Había sido
elegido el nuevo Papa. Cuando el
Cardenal Jean-Louis Tauran – Protodiácono del Colegio
Cardenalicio- se asomó en el
balcón del frontispicio de la Basílica de San Pedro para hacer el anuncio
en latín, hubo algún desconcierto al escuchar el nombre del elegido:
Jorge Mario Bergoglio, argentino
de origen piemontés. Primer
Papa Jesuita, primer Papa latinoamericano. Para los informados no fue sorpresa:
en el conclave del 2005 fue quien obtuvo más votos después de Ratzinger.
Aparte de todos los rasgos y las señales que ha dado con
sus acciones a partir de su elección, podemos afirmar que en este caso se
cumple cabalmente el principio de que en política (en este
caso en la vida de la Iglesia) la forma es
fondo. El Papa Francisco está enviando un mensaje muy claro al mundo: él quiere
ser un Papa humilde y
sencillo, un pastor cercano a su pueblo, preocupado por los pobres y
desheredados, despojado de todo signo de poder. El nombre que adoptó lo dice
todo. La referencia a San Francisco de Asís es clara. Él quiere ser como
San Francisco de Asís, el hombre de la pobreza, de la paz, el hombre que ama y
que cuida de la creación.
Pero el aspecto que hoy nos ocupa es su relación con los
medios. Este sábado se ha reunido con todos los seis mil
periodistas y representantes de los medios de comunicación, tanto de la Santa
Sede, como acreditados permanentemente o durante estos días para cubrir la
información relativa al
Cónclave. Después de
dirigirles un cálido saludo les ha dicho:
“El papel
de los medios de comunicación - ha dicho- ha ido creciendo en estos últimos
tiempos, hasta el punto de convertirse en indispensable para narrar al mundo
los acontecimientos de la historia contemporánea. Os dirijo un agradecimiento
especial por vuestro calificado servicio en los días pasados -habéis trabajado
¿eh?!, habéis trabajado!- en estos días en los que los ojos del mundo católico,
y no solo católico, se han dirigido a la Ciudad Eterna, especialmente a este
territorio cuyo baricentro es la tumba de San Pedro. En estas semanas habéis
tenido ocasión de hablar de la Santa Sede, de la Iglesia, de sus ritos, de sus
tradiciones, de su fe, y en especial del papel del Papa y de su ministerio”.
“Un
agradecimiento especialmente a todos los que han sabido observar y presentar
estos acontecimientos de la historia de la Iglesia teniendo en cuenta la
perspectiva más justa en que deben ser leídos: la de la fe. Los acontecimientos
de la historia requieren casi siempre una lectura compleja que a veces también
puede comprender la dimensión de la fe. Los acontecimientos eclesiales no son,
ciertamente, más complicados que los políticos o económicos. Tienen sin
embargo, una característica de fondo particular: responden a una lógica que no
es principalmente la lógica de las categorías, por decirlo así, mundanas, y
precisamente por esto no es fácil interpretarlas y comunicarlas a un público
amplio y heterogéneo. La Iglesia aunque ciertamente es una institución humana e
histórica, con todo lo que esto comporta, no tiene una naturaleza política,
sino esencialmente espiritual: es el pueblo de Dios. El santo pueblo de Dios
que camina hacia el encuentro con Jesucristo”.
“Solo colocándose en esta perspectiva se puede dar razón
plenamente de todo cuanto la Iglesia católica obra. Cristo es el Pastor
de la iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de
los hombres: Entre ellos, uno ha sido escogido para servir como su Vicario,
sucesor del apóstol Pedro, ¡pero Cristo es el centro! El referente fundamental,
el corazón de la Iglesia. Cristo es el centro; no el sucesor de Pedro. Sin
Cristo, ni Pedro ni la Iglesia existirían ni tendrían razón de ser. Como ha
repetido muchas veces Benedicto XVI Cristo está presente y
guía su Iglesia. En todo lo que ha sucedido, el protagonista es, en último
análisis, el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI para
el bien de la Iglesia; Él ha dirigido a los cardenales en la oración y en la
elección. Es importante, queridos amigos, tener en cuenta este horizonte
interpretativo, esta hermeneútica para
analizar a fondo los acontecimientos de estos días”.
Después añadió: “De aquí
nace, sobre todo, un renovado y sincero agradecimiento por la fatiga de estos
días particularmente trabajosos, pero también una invitación a tratar de
conocer siempre mejor, la naturaleza verdadera de la Iglesia y las motivaciones
espirituales que la guían y que son las más auténticas para comprenderla.
Podéis estar seguros de que la iglesia, por su parte, presta gran atención a
vuestro precioso trabajo; tenéis la capacidad de recoger y expresar las
esperanzas y exigencias de nuestro tiempo, de ofrecer los elementos para una
lectura de la realidad. Vuestro trabajo necesita estudio, sensibilidad,
experiencia -como tantas otras profesiones-, pero conlleva una atención
particular hacia la verdad, la bondad y la belleza; y esto nos acerca mucho,
porque la Iglesia existe para comunicar eso mismo: la Verdad, la Bondad y la
Belleza "in persona". Debe quedar claro que estamos todos llamados no
a comunicar lo nuestro, sino esta triada existencial que conforman la verdad,
la bondad y la belleza”.
Concluyó dándoles su bendición. Pero con un detalle de gran delicadeza.
Concluyó con estas palabras: “Os había
dicho que os daría de todo corazón mi bendición. Muchos de vosotros no
pertenecen a la Iglesia Católica, otros no son creyentes. Os doy de corazón
esta bendición, en silencio, a cada uno de vosotros, respetando la conciencia
de cada uno, pero sabiendo que cada uno de vosotros es hijo de Dios. Que Dios
os bendiga”.
Más claro ni el agua. Este mensaje describe con gran
precisión y claridad la importancia del papel de los medios tanto para la
Iglesia como para lo sociedad. De agradecerse.
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