La Crónica de Hoy.
Domingo 10 de marzo de 2013.
Manuel Gómez Granados.
En 2012 muchas voces se levantaron para decir que Hugo Chávez no estaba
en condiciones de ser candidato ni de volver a asumir, en enero de
2013, la presidencia de su país; el aparato de propaganda del gobierno
de Venezuela y sus aliados en América Latina lo negaron. Chávez y sus
incondicionales le apostaban a que el tratamiento en Cuba restablecería
su salud. No fue así.
Hay quienes dicen que el esfuerzo de la campaña de 2012 apresuró el
deceso del comandante. ¿Por qué fue candidato? ¿Por qué no reconoció su
fragilidad y busco una transición tersa al post-chavismo? Es difícil
saberlo. Muerto Chávez, Venezuela enfrenta un panorama complejo que
polariza mucho más a la población. Es una pena, pero la ambiciosa agenda
que Chávez impulsó, que logró solucionar algunos problemas que la
antigua democracia venezolana dejó crecer irresponsablemente, no apostó
por la institucionalización, sino a fortalecer la figura del presidente
al estilo caudillista.
Antes de la llegada de Chávez, los problemas en Venezuela, por la
debilidad de la presidencia, fueron tales que Rafael Caldera exigió al
Congreso, durante su segunda presidencia, poderes extraordinarios para
gobernar. Con ese precedente, Chávez logró que la Constitución de 1999
centrara en su persona las funciones tradicionales de la presidencia y
arrebató algunas propias del Congreso. Esa concentración de poder
aumentó en 2009, cuando se aprobó la primera enmienda de la Constitución
(http://es.wikisource.org/wiki/Constituci%C3%B3n_venezolana_de_1999),
que eliminó las restricciones que originalmente existían para la
reelección del presidente, legisladores, gobernadores y alcaldes.
De todo ello resultó en instituciones dignas de Macondo. Para muestra
un botón: Venezuela es un país de régimen presidencial que admite la
disolución del Congreso, un recurso propio de países de régimen
parlamentario. La diferencia es que en los países parlamentarios, el
Legislativo se disuelve a sí mismo para resolver una crisis, luego de
que el gobierno en turno pierde un voto de confianza; en cambio, en
Venezuela, para que el Congreso se disuelva es necesario que el
vicepresidente ejecutivo -que no es un funcionario electo en una
fórmula con el presidente, sino un empleado del presidente- sea removido
en tres ocasiones por medio de un voto de censura en el Congreso (arts.
238 a 241 de la Constitución). Para que la censura sea válida, debe
ganar con las tres quintas partes de los votos y para que el Congreso se
disuelva se deben acumular tres de esos votos de censura en el lapso de
una legislatura, pero no se pueden promover esos votos en el último año
de la legislatura. Insistimos, digno de Macondo.
Este tipo de errores de diseño institucional abundan, pero hay que ver
para adelante. Hay que construir una nueva Venezuela, tarea que
requiere generosidad y capacidad de perdón de todos los actores
involucrados: chavistas, opositores y exiliados. Especialmente los
exiliados venezolanos, tendrían que aceptar que imitar a un sector del
exilio cubano radicado en Miami es absurdo, entre otras razones porque
ese exilio no ha logrado, 50 años después, ninguno de sus objetivos.
Para que Venezuela transite al post-chavismo y post-caudillismo se
requiere visión y capacidad para ver más allá de los intereses de corto
plazo. ¿Qué hará Nicolás Maduro? ¿Usará la imagen de Chávez para
radicalizar más la vida pública venezolana? ¿Qué hará Henrique Capriles,
líder de una oposición que, además de frágil, no ha sido capaz de
aceptar que los problemas de Venezuela no empezaron con Chávez?
Venezuela ha tenido mejores condiciones para el desarrollo que
cualquier otro país de América Latina. Paradójicamente, antes y durante
el gobierno de Chávez, ha sido un ejemplo de lo que no se debe hacer al
administrar recursos naturales abundantes. En la literatura
especializada frecuentemente se usa a Venezuela como ejemplo de la
“maldición de la abundancia de recursos”, pues da cuenta de la manera
irresponsable como los políticos latinoamericanos ejecutan la “fuga
hacia adelante”, esa operación mental que les hace creer que sus planes
se cumplirán al pie de la letra sin importar otros factores.
Ojalá que Maduro y Capriles tengan la capacidad para lograr la
reconciliación que le urge a Venezuela y que caudillos de otros países
no traten de intervenir. El país enfrenta una crisis severa. El déficit
es un monumento a los proyectos faraónicos que tanto gustaban a Chávez,
así como a la necedad de mantener un tipo de cambio artificial para
evitar una necesaria devaluación. Asimismo, Venezuela necesita una
industria propia, que genere empleos y permita atacar las causas de la
violencia que la agobian, algo que ni Chávez ni los gobiernos anteriores
a él fueron capaces de lograr.
Manuel Gómez Granados
manuelggranados@gmail.com
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notas/2013/736593.html
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