Manuel Gómez Granados.
Excelsior
Sábado 22 de junio de 2013
Hay
quienes dicen que son poco más de siete millones y medio. Otros creemos que la
cifra es superior, que ronda los diez millones y que, dadas las condiciones de
los mercados internacionales de los alimentos, podría ampliarse hasta a 20% de
la población, si no es que más.
No es
un exceso. El hambre o la desnutrición son una realidad que toca muy de cerca a
casi todos los países del mundo. Ni siquiera Estados Unidos o Argentina, dos de
los más importantes productores de alimentos del mundo, están exentos. En EU,
por ejemplo, casi la mitad, (48%) de sus 49 millones y medio de estudiantes de
primaria y secundaria son tan pobres que ameritan que el gobierno les dé un
desayuno gratuito o con un alto margen de subsidio, y hay ciudades como Los
Ángeles, donde la proporción de estudiantes que reciben ese tipo de ayuda es
hasta 60% de todos los niños y jóvenes, y es peor en otros lugares de EU.
Y
además de los programas de desayunos escolares, han tenido que generar
programas de ayuda para la seguridad alimentaria. No hay un modelo único. Cada
estado de EU ha definido un mecanismo para que las familias más pobres cuenten
con lo necesario. Uno de los casos más exitosos es el de Michigan, donde 63% de
los niños de primaria y secundaria reciben un desayuno gratis o altamente
subsidiado. Ese estado es el epicentro de una de las peores tragedias
financieras en EU. La ciudad de Detroit, sede de las tres grandes automotrices
está en quiebra. Miles de perros abandonados recorren calles desiertas con
casas deshabitadas; miles de personas han huido de Detroit y otras ciudades
cercanas.
Para
enfrentar esa situación, el gobierno de Michigan creó su cruzada contra el
hambre. Lo hizo con una tarjeta, conocida como SNAP, que entrega una cierta
cantidad a cada familia en función del número de niños o personas mayores de 60
años. Ese dinero se puede usar en cualquier establecimiento comercial que
reciba pagos electrónicos, pero si las personas que reciben esas tarjetas
acuden a comprar sus alimentos a las tiendas de los productores locales de
alimentos (los Farmers’ Markets) de Michigan, la cantidad disponible para las
compras se duplica.
La
lógica detrás de ese modelo es simple. Al duplicar el valor del dinero si se
compra a los productores locales de alimentos se garantiza que las personas no
pasen hambre y se alimenten bien. Se garantiza que los productores locales
puedan operar en un mercado afectado por prácticas monopólicas y especulativas.
Es, según los creadores del programa, una política que logra varios objetivos
al mismo tiempo: del lado de las personas más necesitadas, se garantiza que las
familias más pobres tengan alimento y que sean alimentos de calidad; del lado
de los productores agropecuarios de Michigan, se fomenta el empleo y la
producción local de esos alimentos. Todos ganan.
Las
escuelas también producen alimentos, gracias a programas de agricultura
urbana, que se integran en los planes de estudio, y se benefician también de
los recursos de los programas para evitar el hambre en Michigan. Quizás en
México la solución sea incentivar la producción de alimentos en las comunidades
más pobres.
*Analista
manuelggranados@gmail.com
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