Manuel Gómez Granados.
Domingo 28 de julio de 2013.
La Crónica de Hoy.
Los últimos días se han oscurecido con los nubarrones de la guerra.
Uno podría pensar que la situación de algunos municipios de Michoacán es parecida
a Siria, y que los nubarrones, igualmente densos, del debate de sordos en que
se ha convertido, desde hace muchos años, la discusión sobre el futuro de Pemex
pronostican tormenta. ¿Qué es lo que hermana a esas dos expresiones del
conflicto político en México? Incluso más, ¿Qué es lo que vincula esos dos problemas
con otras realidades de la vida pública nacional como la pobre participación en
organizaciones civiles? Es la confianza; siempre la confianza.
En el caso de PEMEX no deja de sorprender que cada vez que se discute
el tema (y lo hacemos una vez cada seis años), no importen los buenos
argumentos que algunos de los actores involucrados adelantan. Ahí está, por
ejemplo, el documento que el Instituto Mexicano de la Competitividad (http://imco.org.mx/articulo_es/postura-imco-ante-la-posible-reformaenergetica/) ha circulado sobre los riesgos que enfrentamos en México si nos
quedamos anclados al modelo de explotación petrolera del siglo XX. Y existen otros
documentos, sobre ése y otros temas, que en cualquier otra sociedad servirían
para generar discusiones sensatas acerca de los problemas que nos afectan. Pero
en México no ocurre así.
Con razón o sin razón desconfiamos de cualquier cambio que el gobierno
pudiera introducir en Petróleos Mexicanos. Ni siquiera países que todavía
abrazan la tesis de la economía centralmente planificada, como Corea del Norte
o Cuba, tienen un modelo petrolero tan estado-céntrico como el que tenemos en
México. Y no es que las personas sean tontas. Es, como reza el viejo refrán,
que “la mula no era arisca, los palos la hicieron”. La reticencia de entre 50 y
70 por ciento de los mexicanos para la apertura de PEMEX a la inversión
privada es resultado de la desconfianza que engendraron las privatizaciones de
los noventa.
Es cierto que Teléfonos de México ha mantenido casi sin cambio sus
tarifas. Tampoco hizo despidos masivos. Incluso contrató más empleados, pero el
servicio de Internet y la telefonía celular se encuentran entre los más caros.
La privatización de la antigua TV pública resultó un tiro por la culata. No
mejoró la calidad de los contenidos y dio vida a un duopolio.
En el caso del petróleo, además, muchos de los políticos profesionales
son víctimas de sus propios desplantes. Los políticos se la viven
acusándose de los peores crímenes. Basta ver sus cuentas de Twitter para darse
cuenta de que no escatiman adjetivos. No es de sorprender que cuando deben
cooperar haya más encono. ¿Por qué habrían de creer los ciudadanos que en unas
cosas los partidos políticos mexicanos son tan distintos entre sí como el agua
y el aceite, pero que en otras, sí pueden e incluso deben cooperar? Y, por si
fuera poco, hay quienes buscan aprovechar la discusión sobre el futuro de PEMEX
para confundir y sacar la proverbial “raja” política. Sus argumentos, más que
ideas ordenadas conforme a algún principio, son intentos desesperados para
hacerse notar, para aparecer en “el reflector”.
Ni siquiera en una situación así advierten que necesitamos avanzar en
este y otros temas, y por eso debemos aprender a construir un piso común de
convivencia social y política que nos permita resolver nuestros problemas. En
el caso del petróleo es urgente. Debemos olvidar ya los mitos
lopezvelardiano-cardenistas del país inmensamente rico por su petróleo. EU, que
hace 20 años era un importador neto de energía, es ya de nuevo un exportador.
Hay un nuevo mapa de la energía y asumir la defensa a ultranza de los veneros
que el diablo nos escrituró no ayuda. Pero tampoco ayuda tener autoridades tan
laxas cuando se trata de impedir la formación de monopolios y —de manera
general— para aplicar la ley. Si muchos ven ahora con desconfianza el ingreso
de capital privado a PEMEX es porque tienen miedo, fundado o no, de que se convierta
en un monopolio para el lucro de privados, se mantengan las prebendas para el
sindicato o peor aún, que se privatice y se pierda la rectoría del Estado. ¿Y
cómo decir que no tienen razón al albergar dudas cuando vemos lo que pasa con
el gasto público en estados y municipios o cuando sabemos de los abusos
de poder de ministros de la Suprema Corte?
Si no aprendemos a cooperar, el futuro de todo México será el presente
de Michoacán. Tierra generosa como pocas, pero en la que sus habitantes
perdieron la confianza en las autoridades, entre sí y en sí mismos. Y cuando la
confianza muere, las armas hablan.
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