Manuel Gómez Granados.
Excelsior.
Sábado 20 de julio de 2013.
Pasado mañana, lunes 22,
iniciará en Brasil la Jornada Mundial de la Juventud. Actividad que servirá
para conocer con mayor detalle qué espera hacer el papa Francisco con la
Iglesia, y lo mejor es que nos preparemos para que—en un contexto que le será
más familiar que el de Roma—el antiguo arzobispo de Buenos Aires despliegue
todavía más la agenda de cambios que impulsa.
Algunos de los cambios ya son evidentes.
Lejos de optar por el confort de un avión rediseñado para su servicio, el Papa pidió
un avión simple, que lo lleve de un lugar a otro; nada más. Lejos de confiarse
en la seguridad de un vehículo blindado, regresará al tono de la visita de
Pablo VI a Colombia o de las primeras giras de Juan Pablo II. Y no sería
difícil que lejos de apegarse a los discursos y homilías que preparan,
Francisco prefiera improvisar.
Sería ingenuo pensar que es
sólo un cambio de estilo lo que vemos ahora. Francisco ha demostrado su
disposición a que el gobierno de Italia investigue al Instituto para las Obras
de la Religión, y a que la propia Santa Sede aprenda a administrarse gracias a la
creación de la Comisión de las Estructuras Económicas, integrada por laicos,
que será responsable de “simplificar y racionalizar los organismos existentes,
de evitar el despilfarro y favorecer la transparencia en la adquisición de
bienes y servicios”, no sólo del IOR, sino de toda la Santa Sede, prueba de que
en Roma soplan vientos de cambio que no quedarán en lo cosmético. Por eso le
llaman el nuevo Juan XXIII.
¿Qué podemos esperar de
Francisco? Es difícil pronosticar, pero seguramente habrá un mensaje a los
jóvenes para que busquenel encuentro personal con Cristo,que irá más allá del
entusiasmo, las sonrisas, las canciones y los aplausos. Un llamado aque todos
los católicos trabajemos para resolver los problemas que nos afectan; a salir de
la lógica del atrincheramiento, de la cerrazón a la realidad; a evitar las fórmulas aprendidas de memoriay la mal llamada
defensa de la fe; un llamado, pues, a romper la auto-referencialidad, y a salir
al encuentro del otro desde la lógica del Evangelio.
Habrá que ver, además, cómo
reacciona Francisco en un escenario como el brasileño. Hace unas semanas, la Copa
Confederaciones sirvió para que miles de brasileños expresaran su
insatisfacción con el modelo de desarrollo del país en los últimos 10 años. No
sería difícil que la visita del Papa diera pie a que ocurriera alguna manifestación
pública, dentro o fuera de los recintos en los que estará presente, y no sería difícil que
Francisco aprovechara la oportunidad para reafirmar las que, hasta ahora, han
sido las ideas rectoras de su pontificado: Volver a la centralidad de Cristo y
su Evangelio; más importancia a la sustancia que a la apariencia; más radicalidad
en el compromiso con los más necesitados; menor apego a los bienes materiales y
a la idea de que la iglesia puede resolver sus problemas aliándose con el
Estado.
Otro factor que también podría
ser importante es la libertad religiosa. Brasil es el país de América Latina en
el que se ha disuelto más rápidamente el antiguo monopolio católico de la fe.
Es un país en el que se libra una encarnizada batalla por las preferencias
religiosas. Francisco lo sabe bien porque conoce Brasil y porque Buenos Aires
misma es una ciudad plural en materia religiosa, habrá que poner mucha atención
al diagnóstico que el Papa haga de esa realidad que también nos involucra a los
mexicanos.
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