La Crónica de hoy.
Domingo 04 de agosto de 2013.
Manuel Gómez Granados.
En efecto. Cero y
van dos. Ya son dos las décadas que los mexicanos podemos considerar perdidas,
para la reducción significativa de la pobreza en México. No es que no se haya
logrado algo en estos veinte años. Se ha logrado y mucho, pero la realidad es
que los logros principales de políticas de desarrollo social y combate a la
pobreza tienen que ver más con la contención de los efectos más perversos de
una herencia de profundas desigualdades, que con el logro de una estrategia que
permita replicar en México lo que logró, por ejemplo, Corea del Sur.
A muchos se nos olvida,
pero hubo una época, no hace más de 30 años, que Corea del Sur tenía
indicadores de desarrollo peores que los de México. Sin embargo, nuestra
incapacidad para lograr acuerdos de fondo para la atención de problemas como la
educación, han llevado a que en las últimas tres mediciones de la prueba PISA
que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo aplica, Corea del Sur
ocupe alguno de los primeros tres lugares en la aplicación de esa prueba,
mientras que México ocupa de manera consistente el último lugar.
Y no es que los coreanos
sean mágicos ni nada por el estilo. Es que cuando terminaron las dictaduras
militares se comprometieron en serio con el desarrollo de una democracia. No es
que hayan erradicado por completo—por ejemplo—la corrupción. La corrupción
existe, pero no impide que se logren cosas, como tener el mejor sistema de
educación básica de la OCDE, que no es cosa fácil. Es que los coreanos han
aprendido que es importante lograr acuerdos para competir con los chinos y japoneses,
países que en otras épocas los han invadido y que—dadas las condiciones—podrían
volver a invadirlos.
El tiempo que Corea del
sur usó para construir el mejor sistema educativo de la OCDE, México lo usó
para construir la institución más profesional y eficaz para medir la pobreza. Y
qué bueno, pues el Coneval elabora documentos importantes para comprender qué
pasa en México, pero no deja de ser absurdo que tengamos una institución como
Coneval, que sabe tanto de la pobreza en México, y no logremos superarla.
Coneval (http://www.coneval.gob.mx/Medicion/Paginas/Medici%C3%B3n/Pobreza%202012/Pobreza-2012.aspx) da cuenta, por ejemplo,
que la cifra total de pobres creció en poco menos de un millón de personas
entre 2010 y 2012; también informa que en casi todas las categorías que esa
institución analiza se han logrado avances. Tristemente, la inmensa mayoría de
esos avances son muy limitados. Por eso, aunque las noticias que recibimos de
parte de Coneval podrían considerarse alentadoras, también nos enteramos, por
ejemplo, de casos como el de Feliciano Díaz, el niño tzotzil humillado por las
autoridades de Villahermosa, Tabasco; del mismo modo que nos
enteramos de la muerte de otro niño, Eulogio García Ríos, jornalero guerrerense
de seis años, quien falleció en campos de labor de Zacatecas; llegó ahí con el
resto de su familia, que lo hacía trabajar a pesar de que sólo contaba con 16
kilos de peso y un raquítico 1.32 mts de estatura.
Tendríamos que reconocer
que los partidos que han ocupado la presidencia de la República en los últimos
20 años han hecho del ejercicio de la función pública una veleidad. Parece que para ellos, es
más importante regatear méritos al otro o tratar de engañar y hacer creer que
los propios méritos son los únicos que cuentan.
Que llevemos dos décadas
perdidas en términos del combate a la pobreza y que la transición democrática del
2000 no haya ayudado a resolver este y otros problemas, son hechos que hablan
muy mal de nuestra democracia; deja ver que todas reformas políticas de los
últimos 30 años no han logrado que los políticos superen el discurso del
ataque, del odio al adversario y la mutua recriminación. Demuestra que nuestras
instituciones no son capaces de atacar las raíces estructurales de la pobreza y
el subdesarrollo.
Por eso es que esfuerzos
como el Pacto por México sirven de muy poco. ¿De qué sirve que nos digan que el
Pacto por México es necesario si los actores de ese pacto no paran en sus
mutuas recriminaciones? ¿De qué sirve tener al IFE, por ejemplo, si no genera
confianza en las elecciones? ¿De qué sirve el Coneval y sus estudios si los
políticos demuestran ser incapaces de atacar las raíces de la pobreza?
Urge superar la pobreza,
pero con asistencialismo no la superaremos y menos con la profunda indiferencia como la
observamos.
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