Manuel Gómez Granados
Las lluvias que han azotado al país son
reflejo de las condiciones que se acumularon en los últimos 40 años, en los que
se concentró más del 75 por ciento de la
población en urbes, casi siempre en condiciones precarias y sin los mecanismos
necesarios de protección civil. No debería
sorprendernos, por ello, que las lluvias hayan dejado una estela de
muerte y destrucción.
Sin embargo, quien quiera ver a las lluvias
como las responsables de lo ocurrido hasta ahora, se equivoca. Lo que explica
que las lluvias tengan los efectos que observamos son las malas condiciones de
funcionamiento del sistema político; no sólo en el ámbito nacional sino, de
manera más marcada, en el de los estados y municipios.
Los partidos no cumplen como representantes.
La izquierda, por ejemplo, es una argamasa de corrientes y egos tanto de la
“izquierda partidista” como de la “izquierda social”. Las razones por las que
la izquierda mexicana es tan próspera que se permite tener tres partidos e ir
por la cuarta organización con registro es algo difícil de comprender, a menos
que se tenga claro que los mecanismos de financiamiento real de las izquierdas
mexicanas dependen de su capacidad para cooptar y convertir en clientes a
quienes han dado a las zonas urbanas construidas en los últimos 40 años su
carácter frágil, inseguro, proclive a desastres como los que hemos vivido
ahora; es el caso de los “desarrolladores urbanos”, que operan como financieros
de sus campañas, lo mismo que con grupos de choque como los Panchos Villas o la
sección 22 del sindicato de maestros.
En el PAN las cosas no están mejores. Ahí la
división corre según las líneas de grupos personales de los expresidentes,
algunos gobernadores y el actual presidente de ese partido. Dicen que la
disputa no es doctrinaria porque en realidad parece que ya no hay doctrina, ni
principios, ni nada que se le parezca. Ello explica que el PAN, que nace como
respuesta y dique al caudillismo, sea ahora el vehículo de pequeños caudillos
como algunos de los gobernadores que, en algún momento, al final de la década
pasada, vivieron su camino de Damasco, cayeron del corcel tricolor y se
convirtieron en figuras clave del PAN, pero sin romper con la filosofía del
ejercicio del gobierno del viejo PRI. Tienen poco o nulo interés en la
democratización del país. Lo suyo son las obras de relumbrón, como estadios
para deportes profesionales, que dejan poco a los estados pero que ofrecen
buenas oportunidades para las fotografías.
En el caso del PRI, parece que no aprendió de
sus errores del pasado, pues está empeñado en superarlos y agravarlos en éste,
su segundo aire. Entendieron bien cuáles eran los puntos débiles de los
gobiernos del PAN y los supieron aprovechar, pero no hubo una reflexión crítica
de sus propios errores. El resultado es que el retorno del PRI ha quedado
marcado por el lodo de sus propias contradicciones. No perdamos de vista, en
este sentido, que mucho del desarrollo urbano reciente de México es hechura de
la manera de gobernar del PRI que, como en el caso de la izquierda, frecuentemente se nutre del clientelismo y de
las soluciones a contrapelo del espíritu y la letra de las leyes, con tal de
avanzar proyectos de corto plazo.
Lo que resulta de esta realidad, es un clima
de creciente confrontación en el que, ni siquiera con el Pacto por México,
avanzan las cosas. La propuesta de reforma (macro-miscelánea) fiscal de Peña
Nieto es el ejemplo más acabado de ello, y es claro que el peso de los grandes
monopolios sigue siendo determinante. Quedó claro en la integración de los
órganos reguladores en materia de telecomunicaciones, del mismo modo que quedó
en evidencia con las andanzas de la señora Laura Bozzo en Guerrero.
La situación es delicada. Un síntoma muy grave
es que, en las redes sociales, se advierte un clima de confrontación que habla
de un país en guerra consigo mismo, en el que todos los problemas se agravan
por la indisposición a ceder, a cooperar o confiar, y eso se notó ya en las
campañas para inducir desconfianza en la ayuda para los damnificados: “no dono
porque no llegará la ayuda”. Hay quienes hablan incluso
de un discurso de “muerte a los políticos”. Dirán que es una muerte metafórica,
pero no deja de ser un discurso que recuerda más el de los grupos terroristas,
que el de quienes promueven la participación democrática.
Y mientras ocurre todo eso, los damnificados
siguen necesitando y esperando ayuda urgente.
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notas/2013/786030.html
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