Manuel Gómez Granados
En fechas recientes, las revistas de la Compañía de Jesús en todo el
mundo publicaron la entrevista que el papa Francisco concedió a Antonio Spadaro
SJ., director de la La Civiltà Cattolica, En el mundo católico y no católico se ha
debatido intensamente lo que esta dice o no dice.
Más allá del novedoso formato y su divulgación por internet, Francisco
muestra un cambio muy importante en el discurso de la Iglesia respecto de sí
misma. Más que insistir en el discurso defensivo, apologético y anquilosado
que, para mal, ha prevalecido en un sector de la Iglesia en los últimos años,
el Papa habla de una Iglesia centrada en
dar a conocer el Evangelio y opta por el acompañamiento cercano de los fieles
comunes —el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia —, que deja
de dictar normas desde el helicóptero: a la derecha, a la izquierda… y decide
caminar en bicicleta o a pie o en
transporte público con las personas reales, concretas, como lo haría Jesús si
viviera en México, Buenos Aires o Roma.
A Francisco no le interesa la defensa de la Iglesia; él entiende que
la mejor defensa de la Iglesia es la verdad
que ella misma manifiesta cuando se despoja del privilegio y camina
junto con los más necesitados en los momentos difíciles, como lo refleja la
carta que envió a nuestro país apenas
supo de los daños por las lluvias en México.
No cambia lo que la Iglesia enseña sobre la vida, la sexualidad o el
aborto; más bien deja ver que quizás llegó el momento de que la Iglesia “se
salga de
la alcoba” y centre su misión en anunciar a Cristo. El discurso
del aborto, por ejemplo, que se convirtió en un modus vivendi para
algunos, es peligroso en la medida que no toma en cuenta otros factores.
Expresó: las personas cambian a lo largo de su vida; qué hacer con una mujer
que en su juventud abortó, pero que—andando el tiempo—es capaz de reconstruir
su vida y educa cristianamente a sus hijos, ¿condenarla? Él mismo responde que
el confesionario no es una sala de tortura. Vaticano II dice: “la
propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable.
Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y
el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando
está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa. Dios es el
único juez y escrutador del corazón humano. Por ello, nos prohíbe juzgar la
culpabilidad interna de los demás”.
Francisco no deja de sorprendernos. Que diga lo que dice ahora es
creíble porque muchos conocimos, incluso en México, lo que él y sus
“curas-villeros” hacían en las zonas más pobres del conurbado bonaerense. Eso
es lo que le da esa capacidad tan de él para re-crear las verdades más conocidas por católicos y no-católicos. Toda su vida
como sacerdote o como obispo de Buenos Aires, se construyó como una narrativa
de ejercicio de la caridad, del logos del amor verdaderamente cristiano que
todo lo abarca, que está preocupado por amar y no por juzgar.
¿La Iglesia en otras regiones del mundo será capaz de seguir su
ejemplo? Es difícil decirlo. Detrás de la sumisa obediencia de muchos, hay
también quienes mienten y engañan. Tristemente, así le pasó a Juan Pablo II,
quien depositó su confianza en personas que quizás no la merecían. Por lo pronto, mientras
algunas anquilosadas estructuras de la Iglesia se decantan en un sentido u
otro, el ejemplo de este hombre del fin del mundo ahí está.
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