En fechas recientes, el consorcio
Latinobarómetro de Chile publicó la más reciente edición de su encuesta de
América Latina. Las noticias hablan de avances, riesgos y problemas para
nuestras democracias.
En México, por ejemplo, en los últimos siete
años ha caído la proporción de quienes consideran que la democracia es el mejor
sistema de gobierno y ha aumentado, en la misma proporción (17 por ciento), el
número de quienes creen que no hay diferencia entre democracia y autoritarismo.
En 2012, a causa de ese cambio, 37 por ciento de los encuestados creen que no
hay diferencia entre democracia y autoritarismo, misma proporción de quienes
prefieren a la democracia. Hay en ese cambio, grave por la rapidez con la que
ocurre, mucho de desencanto con la incapacidad de nuestra democracia para
generar bienestar, orden, justicia y
esperanza sobre el futuro del país.
El desencanto en algunos países se traduce en
bajas tasas de participación, como en Chile, cuya reciente elección
presidencial ha sido una de las menos concurridas de la historia. Algunos creen
que eso cambiará cuando se realice la segunda vuelta que muy probablemente
ratificará el triunfo de Michelle Bachelet, que así podrá regresar al Palacio
de La Moneda a terminar lo que dejó pendiente la década pasada.
En Honduras, el desencanto con la democracia
es el caldo de cultivo ideal para el fanatismo y para el fraude. La segunda
nación más pobre de la región celebra elecciones hoy domingo y para muchos es solamente una reelección por
interpósita persona. Xiomara Castro,
esposa del defenestrado presidente Manuel Zelaya, podría ganar la presidencia y
si no la gana, muy probablemente sea porque será víctima de un monumental
fraude electoral, que es de lo que más se habló en los días previos a la
elección.
En Argentina las cosas no andan bien. Luego de
las más recientes elecciones legislativas, la presidenta Cristina Fernández se
tomó unos días para recuperarse de una afección y su retorno a la Casa Rosada
tomó la forma de una reestructuración mayor e inesperada de su gabinete. Lo que
es más, la mayoría de sus antiguos colaboradores fueron enviados a algunas de
las más preciadas y lejanas embajadas argentinas, lo que hace suponer que no
los quiere como rivales para la sucesión presidencial en puerta.
Y los relevos provocan más zozobra, pues
nombró como viceministro de Economía a Axel Kicillof, un joven economista,
coautor de la expropiación de la petrolera Repsol, a quienes muchos ven como
una especie de viajero en el tiempo, llegado de la década de los setenta a reciclar
muchas de las recetas del keynesianismo, como políticas monetarias expansivas,
búsqueda agresiva de créditos, control de cambios e impuestos a la producción
agropecuaria, lo que hace suponer que Argentina entrará muy pronto en un ciclo
corto pero muy agresivo de crecimiento financiado de la peor manera posible,
con el propósito de que doña Cristina y la versión del peronismo que ella
representa, ganen las elecciones de 2015.
Pero el país que más preocupa es Venezuela. En
fechas recientes, Nicolás Maduro sorprendió al mundo al anunciar que la Navidad
se adelantaba en el Orinoco. Lo que no dijo Maduro es que ese acto incluía, por
una parte, que el congreso de su país lo invistiera (como hizo a finales de
1990 con Rafael Caldera) con facultades para gobernar por decreto, es decir,
para tomar decisiones con carácter de ley sin que el congreso participe. Eso
resulta sospechoso por varias razones. En primer lugar, porque cuando Caldera
gobernó así, lo hizo porque no controlaba el Congreso y Venezuela vivía la
crisis que desencadenó la llegada de Hugo Chávez al poder. Los poderes
especiales a Caldera fueron el último intento, desesperado, para evitar el
colapso.
Nada haría suponer que Maduro enfrente una
situación parecida a la que sufrió Caldera en los años 1990, dada su condición
de heredero universal de Chávez. Que recurra a una medida así, a la que sumó la
incautación de una de las cadenas muebleras más importantes de Venezuela, habla
de una crisis que nadie admite y que sólo podemos imaginarla como en un teatro
de sombras.
Ante este panorama parece que la democracia se
vació de significado y se ha reducido a formas de operación para que grupos de
poder manipulen a la población. Ojalá que la reflexión nos lleve a formar una
ciudadanía más participativa y activa en la que se exprese que el poder reside en
el pueblo, y sea el instrumento de una vida mejor para todos.
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notas/2013/798937.html
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