Manuel Gómez Granados.
La semana pasada los medios de comunicación de
todo el mundo y distintos idiomas dieron a conocer los detalles de la
exhortación apostólica del Papa Francisco: Evangelii
Gaudium, la alegría del Evangelio.
El documento no es un tratado de economía,
sino un juicio ético. Dice el Papa: “quiero
dirigirme a los fieles cristianos, para invitarlos a una nueva etapa
evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la
Iglesia en los próximos años”… “Así como el mandamiento de no matar pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no
a una economía de la exclusión y la inequidad”. Un mensaje para un mundo que necesita
humanizarse; que necesita educar la mirada para hacer de cada persona humana un
fin en sí misma, sin ninguna subordinación al dinero, las estructuras o los
sistemas económicos.
Varios pasajes del texto han sido motivo de
análisis, aunque existe cierto desconocimiento del pensamiento de la Iglesia en
el ámbito de lo social, queda claro que hay
un reconocimiento al valor de lo que dice el documento en materia de
economía y de las relaciones de la economía con la política.
Un ejercicio hecho por el diario The
Washington Post profundiza en el texto del Papa con la adición de más de una
docena de gráficas, elaboradas con datos reales de distintas fuentes, que complementan
lo que la exhortación dice. Es una resonancia que asombra cuando se considera
que el Post no es un medio confesional ni nada que se le parezca. Otros
comentarios profundos de economistas no vinculados a la Iglesia se publicaron
en The Atlantic, una de las más prestigiadas revistas de análisis político, así
como de Slate, una publicación digital muy influyente.
Francisco no cambia la doctrina o la teología
de la Iglesia. Tampoco contradice a Juan Pablo II o a Benedicto XVI. Más bien
al contrario. Quien lea el texto completo, se dará cuenta que ha referido casi
cada párrafo con enseñanzas de sus predecesores. Quien hable de ruptura, se
equivoca. Pero también sería mezquino escamotearle a Francisco el crédito que
le corresponde por haber logrado que el mundo volviera a prestar atención a las
palabras que se dicen desde la Santa Sede. No capturó la atención del mundo con
rupturas o cismas. Lo logró al ser él mismo ejemplo de lo que el Evangelio
dice. Acabaron los días del aislamiento del Papa en la soledad inescrutable del
Palacio Apostólico e iniciaron las jornadas, siempre frescas, siempre
interesantes, de las misas íntimas en la capilla de Santa Marta a donde se
mudó. Dejó atrás accesorios ritualistas que agobian, como los zapatos rojos, y
regresó al origen profundo de la Iglesia: la caridad y sencillez.
Del contenido de la exhortación, el pasaje más
conocido y reproducido hasta ahora en la prensa financiera y de negocios es el
parágrafo 54, en el que Francisco despluma al marginalismo, al neoliberalismo
y, de manera más general, al capitalismo:
«En este contexto, algunos todavía defienden las
teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido
por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e
inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por
los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes
detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando».
Estas palabras tienen especial importancia en
un país como México en donde los gobiernos de los últimos 25 años han asumido
como verdad absoluta las “teorías del derrame”—el marginalismo, por ejemplo—que
llevó a Carlos Salinas, Vicente Fox y Felipe Calderón a reducir o dejar de
cobrar impuestos, con la esperanza de que así se detonara el crecimiento y se
crearan empleos. No fue así. Más bien lo que ocurrió fue que, por razones de
mercado, se desbordó la informalidad, donde cada quien se rasca con sus uñas;
miles de hectáreas se dedican ahora a producir drogas, y miles de jóvenes que
se unieron a las filas del narcotráfico por ser quienes les pagan algún sueldo.
Y lo peor de las “teorías del derrame” es que,
como lo señala ese mismo parágrafo, sólo han logrado que los excluidos sigan
esperando, gracias a “una globalización de la indiferencia”, la cual contradice aquello que san Mateo resume en
“tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber…” El Papa, insiste en una verdad básica del cristianismo:
La fe sin obras está muerta.
Enlace: http://www.cronica.com.mx/notas/2013/800464.html
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