Manuel Gómez Granados.
Este año se celebra en Estados Unidos el 50
aniversario de la llamada Guerra contra la Pobreza de Lyndon B. Johnson. El
aniversario ha alentado la publicación de una cantidad importante de análisis y
críticas de los distintos programas de combate a la pobreza en EU y en otros
países del mundo. Una de las contribuciones a este debate llegó desde la
Brookings Institution, una entidad dedicada a analizar políticas públicas en
aquel país. Lo que este organismo dice es relevante no sólo para EU sino, de
manera más general, para todos los países que enfrentan los demonios de la
pobreza.
Una de las primeras conclusiones a la que han
llegado la Brookings y otras instituciones dedicadas a analizar el fenómeno de
la pobreza es que la familia es central para que las estrategias de combate a
la pobreza sean eficaces. No importa qué tanto dinero se invierta. No importa si
hablamos de Nueva York, Detroit o Los Ángeles, es fundamental que los dineros
que se dedican a combatir la pobreza encuentren un contexto que favorezca su
aprovechamiento.
De acuerdo con los análisis desarrollados por la
Brookings (http://www.brookings.edu/blogs/social-mobility-memos/posts/2014/01/21-3-policies-to-close-family-formation-class-divide-sawhill), las personas (hombres o mujeres) con menor
educación y, consecuentemente, con menores ingresos —es decir, cuando consiguen
empleos se ocupan en trabajos mal remunerados—, tienen muchas mayores
probabilidades de ser padres sin haberse casado. Es importante destacar que
incluso cuando las madres solteras tienen estudios profesionales y empleo,
enfrentarán mayores problemas para educar a sus hijos que las familias con dos
adultos. En este sentido, los hijos de mujeres solteras tienden a ser mayoría
en los grupos de menores ingresos en EU. No se sabe aún si hay una relación
causal, es decir, no se sabe si el ser madre soltera hace que aumenten las
probabilidades de que los hijos sean pobres, pero en algunos casos sucede así.
En este sentido, Brookings advierte acerca de los
efectos que tienen los embarazos adolescentes. En México, las estimaciones más
recientes señalan que cuatro de cada cinco mujeres mexicanas menores de 20 años
se han embarazado al menos una vez, lo que eleva el riesgo de que sean madres
adolescentes y, sobre todo, de que sean madres solteras adolescentes. Para
reducir la incidencia o la transmisión inter-generacional de la pobreza, es
fundamental reducir el número de embarazos en las adolescentes mexicanas.
La mejor manera de prevenir los embarazos de mujeres
adolescentes es favorecer tanto como sea posible que las mujeres accedan a las
escuelas, que estudien, por lo menos la preparatoria. La segunda mejor manera
de evitar los embarazos adolescentes es que existan empleos que les permitan
aplicar y desarrollar las habilidades que pudieran haber adquirido en la
escuela y acceder al matrimonio de manera libre, sin la presión de casarse por
necesidad u obligación, y con los recursos necesarios para contribuir a la
formación de su familia en condiciones de igualdad con sus esposos. Si no
existen esas dos condiciones, buena educación y buenos empleos, será difícil
que las jóvenes mexicanas rompan los ciclos de reproducción de la pobreza y de
la violencia.
Ya es tiempo que los planes y programas de combate a
la pobreza reconozcan la importancia de la familia como un elemento que
contribuye a que niños y niñas tengan una mejor educación y mejores
oportunidades para emplearse.
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