Manuel Gómez Granados.
Existe, para quien quiera
encontrarla, una palabra clave que recorre las redes sociales, las discusiones
académicas y de diseño de políticas públicas: desigualdad. Es una palabra
incómoda para quienes se acostumbraron a creer que primero había que crecer y
la distribución se nos daría por añadidura, sin intervenir, ni preocuparnos;
como un don.
La realidad demostró que no
ocurre así. Ya desde mediados de la década pasada, cuando estalló la crisis
global de la que todavía no salimos, algo quedó claro: con o sin crisis, la
riqueza del uno por ciento de personas que concentra el grueso del ingreso a
escala global, aumentaba. No importaba si empresas como AIG o Lehman Brothers
caían como castillos de naipes, si General Motors necesitaba ayuda para evitar
la quiebra o si ciudades enteras, como Detroit, tenían que declararse en
bancarrota. Sin importar qué ocurra, el uno por ciento más rico continúa
acumulando el grueso del ingreso global e incluso aumentó la proporción del
ingreso que acumularon.
La palabra se empezó a
pronunciar en las protestas de Occupy en Estados Unidos y los Indignados en
Europa y, desde ahí, detonó una preocupación que ahora se refleja en estudios
que enfatizan el carácter perverso del modelo de desarrollo global, pero que se
agrava en casos como el mexicano donde es muy claro que existe lo que los
expertos llaman un “Estado rehén,” de los intereses de grupos que, como con la
ley de telecomunicaciones, buscan imponer sus intereses o sabotear la
posibilidad de que se les regule.
Uno de esos estudios fue el
que, en de enero de 2014, publicó la Oxfam que llamaba la atención del Foro
Económico Mundial de Davos. El documento Gobernar
para las elites (disponible en http://bit.ly/1aNaxVE) resume de
manera demoledora las desigualdades a escala global: 83 personas concentran la
riqueza equivalente a la de las tres mil millones de personas más pobres del
mundo.
Más recientemente, el 30 de
abril de este año, la OCDE hizo público un breve reporte (disponible en www.oecd.org/social/inequality.htm) sobre los
efectos de la concentración del ingreso tanto en países miembros, como no
miembros, de esa organización. El reporte no es una ocurrencia; continúa
reflexiones de la OCDE sobre la necesidad de mejorar los sistemas de
recaudación de impuestos de manera que quienes más acumulan efectivamente
paguen más.
Y se puede encontrar un
argumento similar en un best-seller: Capital en el siglo XXI, es un libro de
más de 900 páginas escrito por Thomas Picketty, profesor de la Ecole d’Economie
de París, especialista en desigualdad, que se ha convertido en una “estrella de
rock de la economía”, pues además de las ventas masivas recibió elogios de
distintos premios Nóbel que ven en su obra una solución a los problemas que
enfrenta la economía global. Su receta es simple, es lógica, pero el uno por
ciento la ve con desconfianza: quienes más tienen deben contribuir más.
No es que se olviden problemas
como la corrupción o el dispendio. Pero incluso en los países en los que esos
males son un fenómeno muy aislado, como Alemania o las cinco economías de
Escandinavia, la concentración del ingreso es un problema grave y creciente.
La discusión también ocurre en
México. El 29 de abril, el Consejo Nacional para la Evaluación de las Políticas
Sociales, el Coneval, público un informe sobre la pobreza entre los niños: uno
de cada dos niños, la mitad de todos los menores de 17 años son pobres
(disponible en http://www.coneval.gob.mx/Informes). Y peor: la
democracia, la alternancia que llegó con los gobiernos del PAN y de otros
partidos en los estados y municipios, no resolvió el problema; es ya un oprobio
al que todos los partidos han contribuido.
Una de las voces más activas en
señalar los males que provoca la concentración del ingreso, la desigualdad, ha
sido el papa Francisco. Él no ha perdido oportunidad para decir, en sus
intervenciones en público, en documentos como La alegría del Evangelio (disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/index.html), o en
Twitter que “la desigualdad es la causa de todos los males sociales”, frase que
cuando la publicó el Papa en su cuenta de Twitter el 28 de abril de este año
recibió más de 35 mil retuits y favoritos.
Y es inevitable preguntar, si
existe este consenso acerca de la necesidad de cambiar el modelo a partir del
cual opera la economía global, ¿por qué resulta tan difícil cambiarlo? ¿Será
que la codicia del uno por ciento puede más que las razones y la capacidad de
la sociedad para organizarse?
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