Manuel Gómez Granados.
Mañana domingo Argentina
realizará la segunda vuelta de su elección presidencial. La primera, celebrada
el 25 de octubre, resultó una de las sorpresas más notables del año electoral.
El candidato oficialista Daniel Scioli logró una estrecha victoria por 37
puntos contra 34 puntos del candidato opositor y actual jefe de gobierno de la
ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. La victoria tuvo sabor a derrota, pues
la expectativa de Scioli y su madrina, la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner, era que Macri y el tercer candidato más votado, Sergio Massa, se
harían tanto daño que Scioli caminaría tranquilo a la Casa Rosada.
No fue así. Scioli no
capitalizó los supuestos logros de la señora Kirchner. Era difícil si se
considera, por ejemplo, la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el tipo
de cambio libre. Oficialmente, un dólar de EU se compra con 9.69 pesos
argentinos. En la calle, se necesitan al menos 15 pesos. Esto es más grave
porque apenas en 2011 bastaban cuatro pesos argentinos por dólar y no había un
mercado informal del billete verde. Para frenar la devaluación de más del 300
por ciento, se impuso el control de cambios. Esa medida, sumada a otras para
limitar las importaciones, ha detonado una devaluación galopante, además de que
muchos buscan refugio en las Bitcoins, una moneda virtual que facilita la
evasión fiscal.
Y no es sólo el dólar. En la
era Kirchner, Argentina dejó de ser la principal productora de carne a escala
global. También dejó de ser una de las principales exportadoras de granos y
otros productos agropecuarios pues los severos impuestos a las exportaciones
han desalentado la inversión en el sector y, por si fuera poco, ha tenido
desempeños lamentables en la prueba PISA de la OCDE.
En el fondo, las malas
expectativas que Scioli enfrenta, son la resaca del ánimo propenso al insulto y
la confrontación de la señora Kirchner, incluido el papa Francisco durante su
tiempo como arzobispo de Buenos Aires, así como las mentiras. La más notable
mentira de la señora Kirchner es que erradicó la pobreza. Para ello, prohibió
que el INDEC, el equivalente al INEGI en México, recabara información sobre la
pobreza, y a la mentira agregaron el agravio de decir que en Alemania había más
pobres que en Argentina.
Lo que lograron fue la pírrica
victoria que sabe a derrota de Scioli, así como una avalancha de encuestas que
hablan de una inminente victoria de Macri en la segunda vuelta. La de Macri
sería, empero, una victoria difícil, sin el beneficio siquiera de una luna de
miel breve. Si algo ha distinguido al peronismo es su incapacidad para ser una
oposición leal. En los ochenta, a Raúl Alfonsín le hicieron imposible gobernar
a golpe de huelgas hasta que pactó con Menem dejar la presidencia por
adelantado. Algo parecido ocurrió la década pasada con Fernando de la Rúa.
Los barruntos de las
deslealtades del peronismo ya son evidentes en la provincia de Buenos Aires.
Ahí ganó la elección para gobernador la señora María Eugenia Vidal, macrista
quien todavía es ahora la vicejefa de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La
derrota a manos de Vidal no fue asumida de manera civilizada por los cercanos a
Cristina. Lejos de ello, en los municipios en que el peronismo perdió, en la
gubernatura de Buenos Aires y en el gobierno federal ha ocurrido una catarata de
nombramientos para cargos oficiales permanentes, que hará muy difícil la
gestión para Macri y quienes asuman cargos en los tres niveles de gobierno en
diciembre.
Además, el kirchnerismo ha
desatado una campaña negra para presentar a Macri como culpable de todos los
males e incluso presenta a Macri como heredero de Carlos Saúl Menem. En
realidad, quienes apoyaron a Menem en los noventa fueron la señora Kirchner, su
difunto marido y muchos que jóvenes políticos peronistas como Scioli, sin
perder de vista que Macri se opuso públicamente a que Menem buscara la tercera
reelección, algo que Cristina —entonces diputada— aplaudió a rabiar.
La elección argentina está
revestida de un significado adicional. Sería la primer derrota del populismo
autoritario de la generación de políticos que tuvo a Hugo Chávez como su ícono:
Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y el sucesor de Chávez, Nicolás
Maduro, quien —luego del arresto de sus sobrinos en Nueva York— enfrentará una
difícil elección el 6 de diciembre de este año, en parte porque, fiel a sus
convicciones autoritarias, mantiene al opositor Leopoldo López como preso
político.
América Latina merece mejores
tiempos. Hay productores agropecuarios de todo México que buscan esos mejores
tiempos al ofrecer sus productos directamente a los consumidores aquí en el DF.
Mañana domingo productores de distintos estados celebran un tianguis en la
parroquia de San Bernardino de Siena, en el Centro Histórico de Xochimilco,
apoyémoslos.
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