Manuel Gómez Granados.
Llegamos a la mitad del sexenio de Enrique Peña en
una situación inusual. Aunque el partido del presidente logró un resultado más
o menos aceptable en la elección de este año, el triunfo estuvo lejos del tono
de épica mitológica que los mensajes de la Presidencia suelen tener. Ese
triunfo contradice también lo que nos dicen todas las encuestas de evaluación
del desempeño del gobierno y su titular. Si la gestión es tan mala, como dicen
las encuestas, debería reflejarse en los resultados de la elección de junio. Si
la gestión es tan buena como nos repiten a diario las bocas de ganso del
gobierno, la satisfacción debería reflejarse en las evaluaciones que las
personas hacen del gobierno al llegar a la mitad de camino, pero no es así.
Hay algo que simplemente no permite explicar qué
ocurre hoy en México, y ni los partidos políticos, ni las instituciones de
gobierno, ni los encuestadores aciertan a decirnos qué sucede. Una posible
explicación es que el PRI volvió a ganar este año porque, los partidos no
entusiasman ni a sus más fieles militantes. Las transiciones, tanto la federal
de 2000, como las ocurridas en 23 entidades en las que ha habido gobernador de
un partido distinto al PRI desde 1989, han caído en un marasmo impresionante.
Es muy difícil distinguir la “marca” de los partidos, entre otras razones
porque tanto el PAN como el PRD hicieron del reclutamiento de priístas y la
corrupción que les acompaña un deporte. Es una pena haber invertido tanto en
construir un régimen de partidos, y que ahora la mejor oportunidad para renovar
nuestra democracia venga de los candidatos independientes, es decir, de quienes
compiten sin partido.
Del lado de la presidencia hay que reconocer el
esfuerzo por facilitar la transición de Felipe Calderón a Peña. El Pacto por
México impulsó reformas y un trato entre el gobierno saliente y el entrante que
está ausente, por ejemplo, hoy en Argentina entre Cristina Kirchner y Mauricio
Macri. Algunas de las reformas, como la educativa, eran necesarias y si se le
deja de usar como trampolín para la campaña presidencial de Aurelio Nuño,
podría ser útil. Otras, como la laboral, pactada con Calderón, perdió de vista
que el principal problema del mercado laboral en México no es su rigidez. Dos
de cada tres empleos son informales justamente porque no hay reglas rígidas.
Una reforma que hubiera acabado con muchos abusos,
la que tenía como propósito eliminar el fuero de funcionarios federales,
estatales y municipales, naufragó por la mezquindad de quienes insisten en
favorecer la ilegalidad. La reforma energética —la más cacareada de las
reformas— llegó con 15 o 20 años de retraso; le apuesta demasiado al precio del
petróleo pero, como están las cosas, será útil hasta 2020, pues quedan al menos
cinco años de nadar en petróleo barato, como lo demuestra que este miércoles 2
el barril de petróleo haya cerrado por debajo de los 40 dólares, además de los
riesgos por derrames en el Golfo, en tierra o en reservas de agua dulce, ya de
por sí escasa, por el apuro de sacar crudo barato.
La reforma fiscal fue otro episodio de la telenovela
favorita de nuestra clase política: El parto de los montes. Favoreció a grandes
causantes que eluden pagar impuestos y sometió a los pequeños al maltrato
sistemático. La reforma de las telecomunicaciones ha servido para reducir los
costos de la telefonía, pero —no nos engañemos— también llegó tarde. Y lo que
es peor, el martes de esta semana se consumó una contrarreforma de la peor
ralea, pues se volvió a postergar el apagón digital, lo que hará inútil todo el
esfuerzo fiscal para entregar millones de pantallas de TV.
Por otra parte, la
reforma judicial está en peligro, pues muchos estados no se ajustan a las
nuevas reglas y no se ve para cuándo puedan ajustarse dadas las penurias
fiscales que provoca la mala administración de gobernadores que actúan como
virreyes. Esa reforma será más difícil si se cumplen los peores pronósticos
sobre la renovación de la Suprema Corte de Justicia que apunta a ser de nuevo
una agencia para colocar amigos e incondicionales. Y la violencia, el factor
que malogró al gobierno de Calderón, no cede ni cederá, pues los factores que
la explican siguen ahí, intocados cuando tuvimos dinero e intocados ahora que
será escaso.
Es obvio que a México le vendrían bien nuevas
reformas. Una que evitara los abusos de OHL, HIGA y otras empresas consentidas,
que evitara escándalos de corrupción y que dejara de hacer del gobierno federal
y los 32 locales un botín. Otra reforma muy útil sería una que hiciera del
combate de la miseria, no de la contención de la pobreza, una verdadera
prioridad. Esas, lamentablemente, son las reformas que nadie quiere hacer.
Mientras tanto, cada día aumenta el número de pobres ante la indiferencia de
políticos, funcionarios, iglesias y la sociedad en general.
manuelggranados@gmail.com
Enlace: http://www.excelsior.com.mx/opinion/manuel-gomez-granados/2015/12/05/1061495
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