Manuel
Gómez Granados.
Las
elecciones en Estados Unidos entraron en una etapa crítica cuyos resultados
podrían ser más claros la noche del próximo martes, cuando cierren las casillas
de las primarias en Illinois, Florida, Ohio, Misuri y Carolina del Norte, entre
otras circunscripciones que, en total, asignan 323 delegados republicanos, la
mayoría de los cuales se otorgan a quien gane esas elecciones.
Del
lado demócrata, se asignan 792 delegados, pero en ese partido se utilizan
distintas fórmulas de representación proporcional en cada estado o
circunscripción, por lo que la elección está lejos de concluida. De hecho, si
algo demostró el inesperado triunfo de Bernie Sanders en Michigan, es que tanto
los encuestadores como muchos de los comentaristas políticos en EU no han
logrado comprender qué tan profundo es el enojo que mueve a los electores de
Bernie Sanders quien, a pesar de todas las ventajas de la familia Clinton,
logró recaudar más dinero que Clinton en los últimos dos meses. Así, es casi un
hecho que Sanders podría perder Misuri o Carolina del Norte, pero la
competencia en Illinois será muy intensa y lo será todavía más en Florida y
Ohio que son estados clave para los demócratas, pues fueron dos de los “swing
states” que decidieron la derrota de Al Gore en 2000.
Muchos
analistas han señalado que existen similitudes entre Sanders y Donald Trump. La
más notable el enojo con la incapacidad de los políticos para resolver
problemas concretos, como el del agua potable en la emblemática ciudad de
Flint, Michigan, que en los cincuenta y sesenta del siglo pasado era una de las
comunidades más prósperas de EU gracias a los empleos que ofrecía la General
Motors, ahora desaparecidos. Sin embargo, el paralelismo acaba ahí. Mientras
Trump habla de construir muros y desata una violenta campaña xenofóbica contra
mexicanos y musulmanes, Bernie Sanders llena sus páginas de redes sociales con
citas del papa Francisco, de Gandhi y de filósofos y pensadores que enfatizan
la necesidad de construir relaciones basadas en la solidaridad y la
corresponsabilidad.
El
discurso reformista de Sanders habla de reconstruir la infraestructura de
comunicaciones y transportes, de evitar tragedias como la del agua en Flint, de
tomarse en serio el calentamiento global y, sobre todo, de la necesidad de
reformar la manera en que se hace la política.
Los
méritos de Sanders son los de la consistencia en una carrera que se extiende a
lo largo de casi 30 años como legislador, además de que ha demostrado que un
candidato que no depende de las donaciones de grandes empresarios, puede
competir de manera exitosa con donaciones de personas comunes, que —en
promedio— no rebasan los 30 dólares. Ese podría ser, acaso, el mensaje más
importante que los seguidores de Bernie Sanders están enviando a Clinton y a
los candidatos del partido Republicano: para que la política funcione, debe
representar a las personas comunes y corrientes, no a las grandes
corporaciones.
Aunque
la señora Clinton lleva ventaja, está muy lejos de haber sacado a Sanders de la
contienda. El senador por Vermont sólo necesita ganar Ohio y Florida, dos
estados que suelen ser difíciles para los Clinton, para llegar al 19 de abril,
fecha clave, pues es cuando vota Nueva York que, con sus 291 delegados es el
segundo estado más importante después de California, que asignará el 7 de junio
sus 546 delegados. Si Sanders llega a la elección de Nueva York, las cosas
podrían cambiar para Clinton que no ha logrado sacar de la contienda a Sanders,
lo que hace necesario preguntarse si sería capaz de derrotar a un rival más
radical y contradictorio como Trump que, nos guste o no de este lado del Bravo,
es atractivo para algunos de nuestros vecinos. Un dato publicado el jueves por
la cadena CBS habla, por ejemplo, de al menos 46 mil demócratas de Pensilvania
que se habrían pasado al bando republicano para apoyar a Trump, lo que
muestra que Hillary está lejos de ser
atractiva para todos los demócratas, además de que Sanders tiene mejores
números que Clinton en los careos con los precandidatos republicanos.
Sanders
tiene el dinero necesario para continuar su campaña hasta el final y si se
mantiene competitivo como hasta ahora podría dar un campanazo. Eso es algo que
en el gobierno mexicano deberían tener en mente, del mismo modo que deberían tener
en mente la posibilidad, remota pero real de que Trump gane la elección de este
año. La Cancillería mexicana, por cierto, ya se ha equivocado antes al hacer
sus cálculos respecto de la elección en EU. En 1992, apostaban a que George
Bush padre ganaría su reelección y no fue así, ganó Clinton. En 2000, se apostó
a que Al Gore ganaría y se descuidó la relación con George Bush hijo, que
terminó por ser ganador. Ojalá que esta vez Tlatelolco juegue mejor sus cartas.
Enlace: http://www.excelsior.com.mx/opinion/manuel-gomez-granados/2016/03/12/1080399
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