Manuel Gómez Granados.
La elección primaria del Partido Demócrata de Nueva York,
cuyos protagonistas fueron Hillary Clinton y Bernie Sanders, tuvo para México
un saldo revelador. Un día antes de la contienda, la exsecretaria de Estado
concedió una entrevista a uno de los más antiguos diarios en español de la
Unión Americana, La Opinión de Los Ángeles.
Fundado por familias mexicanas que llegaron a California en
los 1920, huyendo en gran medida del clima de intolerancia que acompañaba a
Plutarco Elías Calles a donde quiera que iba, La Opinión es un referente para
entender qué piensan las comunidades de hispanos de California. La entrevista
es parte de los rituales de la política californiana, pero en este año de
intensa competencia electoral en EU, La Opinión se convirtió en una aduana de
la elección presidencial pues muy probablemente llegaremos hasta junio, que es
cuando votan California y un puñado más de estados como Nueva Jersey, sin un
ganador claro.
Nada de eso sería relevante del todo para México si no
fuera porque la señora Clinton, interesada en cortejar el voto mexicano en
California, aprovechó la entrevista con La Opinión para hacer sentir su peso en
la política interior mexicana, especialmente en el tema de Ayotzinapa. Bastaron
cinco oraciones de la exprimera dama para hacerlo: “Si yo estuviese en el
gobierno mexicano, no descansaría hasta descubrir lo que pasó... Su secuestro
fue una terrible violación de la ley… Es algo por lo que todos en México
deberían unirse… Si hubiese algo que EU pudiera hacer, yo sería la primera en
ofrecerlo… Trabajaré muy duro para ser una buena socia para México y seguir
presionando para reformar el gobierno y garantizar el respeto a los derechos
humanos”.
La precandidata presidencial deja ver, entre otras cosas,
que el tema de Ayotzinapa está muy lejos de ser un problema local, algo que
sólo interese a los directamente afectados en México. También deja ver qué
tanto nos hemos insensibilizado ante la gravedad de la violencia en México.
Filtra que, al menos desde la perspectiva de la candidata, el gobierno de
México no ha hecho lo suficiente para reformarse a sí mismo y no garantiza el
respeto a los derechos humanos. Finalmente, muestra al gobierno federal que la
relación México-Estados Unidos no sólo será difícil si el racista, xenófobo,
intolerante de Donald Trump gana la presidencia de aquel país. Quizás no tan
intenso, pero habrá distintos grados de presión sobre el gobierno de México si
gana la señora Clinton o si lo hacen Bernie Sanders, Trump, Ted Cruz o algún
otro candidato republicano designado por la que seguramente será una muy
difícil convención republicana.
Lo que la señora Clinton le dijo al gobierno de México se
suma a las expresiones, muy diplomáticas, pero interpelantes en lo que hace a
la preocupación con la que observan en Europa tanto la violencia, como la
impunidad y la corrupción que campean en nuestro país y que aparecieron en los
mensajes que el presidente de la República escuchó de jefes de gobierno
europeos durante su más reciente visita al antiguo continente.
Esto debería hacernos conscientes de que no es sólo Trump
quien nos critica por la corrupción, por las violaciones de los derechos
humanos y la violencia. No son sólo quienes, como Trump, nos tienen mala fe.
Tenemos un problema muy serio en las manos. Michoacán, uno de los estados que
más han sufrido los efectos de esta ola de violencia de casi una década, está
sumido de nuevo en el temor y la desazón. Poco duró la esperanza que llevó el
papa Francisco a aquellos rumbos, entre otras razones, porque hemos desatendido
el fondo del mensaje del papa Bergoglio del 13 de febrero en Palacio Nacional,
sobre todo la parte que dice: “La experiencia nos demuestra que, cada vez que
buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del
bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno
fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas
diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la
muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.”
Sería difícil una descripción más sucinta y precisa de
nuestro presente. A pesar de ello y a pesar de todo el caravaneo al papa
durante sus días aquí, los políticos mexicanos de todos los partidos no desean
escuchar a quien señala sus errores o contradicciones. Prueba de ello son las
campañas lanzadas contra quienes señalan esos errores, que buscan expresar
cualquier versión alterna a las verdades oficiales de tantas masacres que ya
hemos perdido la cuenta. Todos tenemos la obligación de atender las críticas y
admitir nuestros errores, sobre todo los funcionarios públicos, y debemos
hacerlo ya o el país se nos acaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario