Manuel Gómez Granados.
Durante la semana que concluye se esperaba que el corazón
de la Iglesia católica se ubicara en Cracovia, donde se celebra todavía hoy la
Jornada Mundial de la Juventud 2016. Ya desde la semana pasada cientos de miles
de peregrinos de distintos países del mundo se venían congregando para celebrar
en algún paraje en las afueras de la ciudad polaca la JMJ que fue, quizás más
que cualquier otra, una de las actividades más cercanas al papa Karol Wojtyla.
Se esperaba que la apertura, presidida por el cardenal Stanislaw Dziwisz,
abriera una semana de celebraciones. No fue así.
Cerca de las nueve de la mañana del martes 26, en una
pequeña y casi vacía iglesia de Normandía, al norte de Francia, un anciano
sacerdote de 85 años celebraba misa rodeado de un pequeño grupo de personas.
Hacía diez años, el abad Jacques Hamel había renunciado a su responsabilidad
como cura, y vivía su retiro prestándole ayuda al párroco de Saint Etienne du
Rouvray, haciéndose responsable —entre otras cosas— de la misa matutina, tarea
distante si las hay del revuelo que caracteriza a las JMJ, pero quizás por ello
dos militantes del Estado Islámico, de Daesh, decidieron someter a Hamel y
degollarlo justo mientras celebraba la misa.
A querer o no, el corazón de Europa y de la Iglesia católica
se ubicó a partir de ese momento en
Saint Etienne, un pueblo a las afueras de la ciudad de Ruan. Hasta ahí viajó el
presidente François Hollande y hacía ahí se dirigieron tanto las palabras de
los obispos franceses, ya en Cracovia, como del papa Francisco quien rompió con
la rutina previa a sus viajes internacionales, que incluye una visita a la
Basílica de Santa María Mayor, para hacer pública su condena al asesinato del
padre Hamel.
Lo que siguió fue el usual coctel de declaraciones tanto de
los políticos, como de los expertos en seguridad pública y seguridad nacional y
regional europea. Los primeros a condenar los hechos y prometer acciones más
decididas para detener la ola de violencia que golpea a Europa y especialmente
a Francia, y los segundos a hablar de todo lo que no hacen los primeros. Entre
lo más notable, por cierto, el hecho de que uno de los responsables del
asesinato de Hamel, un joven de apenas 19 años llamado Adel Kermiche, ya estaba
en las listas de vigilancia de la Seguridad Nacional francesa y, a pesar de
ello, haya encontrado la forma de hacerse presente en lo que ya tiene visos de
ser una guerra que se libra en las calles de Europa y de Francia.
También fue notable la respuesta tanto de la Conferencia de
Obispos de Francia, como de medios católicos franceses como La Croix, que
apenas hacía dos meses había publicado una entrevista exclusiva con el papa
Francisco, de evitar los llamados a la venganza y hablar, más bien, de la
necesidad —ahora más que nunca— de que la Iglesia en Francia sea un ejemplo de
apertura, misericordia y disposición a perdonar. Los obispos franceses, además,
celebraron ayer, viernes 29, una jornada de ayuno y oración que, en el caso de
diócesis como la de Metz, una de las más antiguas de Francia, creada en el
siglo III de nuestra era, incluyó la disposición del obispo Robert Lagleize de
abrir todas las puertas de la catedral y de todos los templos de la diócesis y
dejarlas así, abiertas, como signo justamente de la apertura y de la
misericordia con las que los católicos franceses enfrentan una prueba tan
difícil como ésta.
No faltó, lamentablemente, una dosis de estulticia. Algún
despistado diputado de las izquierdas francesas hizo un llamado a que la
Iglesia entregara templos para que se convirtieran en mezquitas. Como si eso
fuera a cambiar la actitud de criminales que poco tienen que ver en realidad
con el Islam. Del lado de la derecha también hubo oportunismo, con el Frente
Nacional de la familia Le Pen denunciando a Hollande y su gobierno cuando es
claro que los terroristas recurren ahora a estrategias cada vez más
desesperadas, como la de usar vehículos contra grupos de personas, como en
Niza, o atacar grupos como los fieles que acompañaban al padre Hamel.
De igual modo, en Estados Unidos, dado el contexto de la
convención nacional del Partido Demócrata, el abanderado de los republicanos,
Donald Trump, aprovechó los hechos de Ruan para insistir en su idea de
amurallar a EU y expulsar y evitar el ingreso a ese país de ciudadanos de
países con mayorías musulmanas. Trump pierde de vista que Kermiche, el
terrorista que asesinó al padre Hamel, era ciudadano francés. Son tiempos
difíciles; ahora más que nunca debemos ser cuidadosos y evitar que los
prejuicios y las falsas maneras de entender las convicciones religiosas propias
y de otros sean trampas que allanen el camino a lo que sería una nueva guerra
mundial.
manuelggranados@gmail.com
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