Manuel
Gómez Granados.
En
estos días de noviembre en que abundan tantas y tan desalentadoras noticias en
México y otros países, reconforta saber que en Roma el papa Francisco mantiene
el paso del programa de reformas de la Iglesia. A pesar de los obstáculos y la
oposición que enfrenta, incluso dentro de la Iglesia, continúa su esfuerzo para
colocar en el centro de la discusión pública internacional el tema de la
desigualdad. No lo hace por cálculos de corto plazo, como actúan los políticos
que alimentan resentimientos y odio. Lo hace como corresponde a su condición de
sumo pontífice, es decir, de constructor de puentes, movido por el Evangelio
[“escándalo para los judíos y locura para los gentiles” 1Cor. 1,23], y un
genuino interés en romper la espiral de violencia y exclusión que vivimos, de
modo que todas las personas, sin importar su credo, edad, condición legal u
orientación sexual, tengan la posibilidad de realizarse como tales. Eso, que
aparentemente es tan sencillo, no lo es para quienes deben resistir la
propensión de los sistemas políticos y
los mercados, a excluir, discriminar y marginar. Por ello, en estos últimos
días del Año Santo de Misericordia, lo hemos visto realizar llamados a
comprometerse con actividades o programas incluyentes, que garanticen la
igualdad de todos y eliminen las causas estructurales de la marginación.
Francisco
se reunió una vez más, el 5 de noviembre, con los participantes del Encuentro
Mundial de Movimientos Populares que, en los últimos tres años, se le han
acercado para hablar de los problemas que viven las personas comunes. El papa
reiteró ante ellos los fundamentos de su programa pastoral, que habla de la
necesidad de garantizar “techo, tierra y trabajo para todos”. La ocasión sirvió
para que el papa hablara de los terrorismos y aunque condenó el terrorismo de
los fundamentalistas religiosos, también señaló como causante de ese y los
peores males del mundo al “terrorismo del dinero”. Para enfrentar ese mal
recomendó la misericordia que es “el mejor antídoto contra el miedo. Es mucho
mejor que los antidepresivos y los ansiolíticos. Mucho más eficaz que los
muros, las rejas, las alarmas y las armas. Y es gratis: es un don de Dios” (http://bit.ly/TTT5nov2016).
Seis
días después, el 11 de noviembre, se reunió con un grupo variopinto de
“personas excluidas”. Fue una reunión importante, entre otros factores, porque
ocurrió mientras el mundo tragaba la difícil noticia de la victoria de Donald
Trump en Estados Unidos y sirvió para que el papa se encontrara con migrantes
indocumentados, madres solteras, ancianos, personas enfermas, sin hogar,
abandonadas o desempleadas y quienes, en general, habitan los márgenes de las
sociedades europeas. Frente a ellos insistió en la necesidad de garantizar a
todas las personas el acceso a satisfactores mínimos pues dijo: “La pobreza más
grande es la guerra, es la pobreza que destruye”. Además de confortarlos y
pedirles que lo bendijeran, los llamó a construir la paz: “Y ustedes, desde
vuestra pobreza, desde vuestra situación, son, pueden ser artífices de paz. Las
guerras se hacen entre ricos para tener más, para poseer más territorio, más
poder, más dinero. Es muy triste cuando la guerra llega a hacerse entre los
pobres, porque es una cosa rara, los pobres son desde su misma pobreza más
proclives a ser artesanos de la paz. ¡Hagan paz! ¡Creen paz! ¡Den ejemplo de
paz!” (http://bit.ly/exclu111116).
Los
llamados del papa Francisco son sencillos, pero no son ingenuos. Para ejemplo
dos botones. El 10 de noviembre, el papa publicó una carta que envió a
Salaheddine Mezouar, ministro de Exteriores y Cooperación de Marruecos y quien
preside la 22ª sesión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático, la COP 22. En el documento, el papa insiste, como lo hizo en su
encíclica Laudato Sí, en la necesidad de acotar y revertir el cambio climático
y la depredación ambiental, pues las catástrofes ambientales golpean más a quienes
menos tienen. Insistió, una vez más, en evitar que se profundicen los daños a
los ecosistemas para resolver problemas que nos afectan a todos.
El
segundo ejemplo proviene de una breve entrevista que otorgó a Eugenio Scalfari,
fundador del diario La Reppublica, publicada el domingo 11 de noviembre (http://bit.ly/Scalfari111116).
En la parte medular, Bergoglio insiste en que el problema crucial de la
humanidad hoy a escala global es la desigualdad, relevante en sí y por sus
efectos en la migración, la radicalización política y otros fenómenos, así como
en la obligación moral de participar en la vida política de nuestros países,
pues sólo gracias a la participación política, se podrán resolver nuestros
problemas, sin recurrir a la violencia, el odio y el resentimiento que trae
consigo.
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